L A batalla del Gobierno Federal contra el sindicalismo insumiso y a favor del obediente es uno de los rasgos que definen al 2009 que se aproxima a su final (aunque materialmente sus fenómenos negativos se prolongarán al que ya entra). A pesar del reporte de un comité de observadores que siguió la elección de dirigentes seccionales del sindicato de petroleros, la autoridad laboral no tendrá reparos en entregar la toma de nota a los líderes elegidos de una manera antidemocrática. La atingencia con la que procederá a consagrar a los jefes regionales del sindicato cuyo comité nacional (general lo llaman sus estatutos), contrasta fuertemente con la negativa a otorgar el propio reconocimiento (que es la calidad que el Gobierno está imprimiendo a lo que conforme a la ley debe ser un mero acto registral) en el caso de los electricistas cuyo conflicto no se encamina a resolverse, y en el caso de los mineros, donde desde el sexenio pasado hay un contubernio muy claro entre la Secretaría del Trabajo y uno de los principales empleadores de ese ramo, el Grupo México. En febrero próximo -es decir, en dos meses exactamente- se cumplirán cuatro años de la agresión lanzada por la Secretaría del Trabajo contra el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, de la Siderurgia y Aimilares de la República y contra su principal dirigente, Napoleón Gómez Urrutia. Todos los recursos, todas las infamias imaginables se han utilizado contra ese gremio y su líder. Y aunque es innegable que algunos de esos dardos envenenados han surtido efectos, en general la integridad de la organización sindical se ha mantenido, como ha persistido también el liderazgo de Gómez Urrutia. Más de una vez el ataque gubernamental se ha dirigido a reemplazarlo, primero con Elías Morales, quien llegó a ser ungido secretario general por el entonces secretario del ramo, Francisco Javier Salazar, que hoy es diputado, vicepresidente de la Mesa Directiva de su Cámara. Aquella operación espuria fue frenada judicialmente por Gómez Urrutia y su comité nacional, en que hasta hace algunos meses figuraba en forme preeminente Carlos Pavón quien ahora, desleal a sus compañeros, aparece como la encarnación del nuevo intento por reemplazar a Gómez Urrutia. Ni esos embates en el ámbito directamente laboral, ni los de carácter penal han logrado deponer y encarcelar al dirigente, como se pretende (para lo cual es preciso obtener la extradición del gobierno canadiense, que no parece compartir el ardor del mexicano por lograr ese traslado) ni romper su vínculo con la mayor parte de sus representados.
La multitud de vicisitudes padecidas por ese gremio (entre las cuales figuran de manera relevante las prolongadas huelgas en Cananea, Taxco y Sombrerete) han sido aliviadas por el éxito en sus revisiones salariales, alcanzadas con un promedio de aumento cercano al doble del que impera en el ámbito nacional y al porcentaje de crecimiento del salario mínimo acordado la semana pasada, que no llega al 5 por ciento. También se alivió la tensión que padecen los mineros y sus líderes, en medio de tanto hostigamiento, con la presencia de los dirigentes de la cooperativa Pascual, que el fin de semana anterior visitaron al comité nacional minero para entregarles dos tomos de la obra de Demetrio Vallejo, el legendario sindicalista, edición organizada con diligencia por el abogado Óscar Alzaga y hecha por la propia empresa social, que a su tarea sustantiva en la industria refresquera agrega una relevante tarea de difusión cultural.
La cooperativa surgió de un prolongado conflicto laboral, que se extendió durante tres años (de 1982 a 1985), al cabo del cual la organización sindical obtuvo laudos favorables que se trocaron en la toma de posesión de las instalaciones de la empresa. Para continuar sus actividades, los obreros resolvieron organizarse en un cooperativa, es decir propiedad de todos los trabajadores, que contra todo pronóstico se asentó y prospera y es hoy una de las principales participantes en una industria, la refresquera, en donde la disputa de Coca Cola y Pepsicola por el mercado, no reconoce límites éticos ni jurídicos y tiñe con su carácter selvático a la competencia en general.
Además de manifestar solidaridad y simpatía con los mineros y sus dirigentes, los miembros de la cooperativa Pascual recordaron con ellos a Vallejo, a través de sus manifiestos, artículos, correspondencia, todo lo que el líder ferrocarrilero produjo en el breve tiempo en que le fue dado encabezar el Sindicato Ferrocarrilero (hace medio siglo), durante los once años que duró su injusta prisión, y en el lapso postrero hasta su muerte en que, entre otras faenas, asesoró al sindicato que precedió a la cooperativa que hoy edita su obra y la ilustra con su trayectoria. Aunque hay precedentes que, al contrario de Pascual, en la industria minera no fueron venturosos, el cooperativismo podría ser una salida para conflictos que concluyan en la renuencia de los empleadores a satisfacer demandas legítimas de sus trabajadores. Hace muchos años que en Pachuca las cooperativas San Rafael y Dos Carlos pretendieron continuar la tarea de empresas fallidas, cuyos bienes fueron entregados al sindicato. Que no haya prosperado no significa que, puestos en el caso, los trabajadores no puedan administrar una fuente de trabajo que se cierra en su perjuicio, o que se deja a cargo de un sindicato cuando sus reivindicaciones son bien atendidas por la justicia laboral.