Don Abundio bebe a pequeños sorbos su café en la cocina del Potrero. La conversación gira en torno de las mujeres maltratadas. Dice el viejo:
-Jamás he maltratado a mi mujer, ni de palabra ni -menos aún- de obra. Hay maridos que le hablan a gritos a su esposa; la regañan con aspereza, a veces en presencia de otros; la rebajan y humillan como si fuera una cosa de su propiedad. Yo, por varias razones, no hago eso. Primero, porque amo a mi mujer, y si hay amor no puede haber violencia. Luego, jamás la ofendo porque es la madre de mis hijos, y alguna vez ellos me reprocharán el trato que a su madre di. Y la respeto y cuido porque no quiero que el día de mi muerte diga ella en su pensamiento: “¡Qué bueno que se murió por fin este ca..!”.
Doña Rosa, la esposa de don Abundio, está presente. Escucha con leve sonrisa las palabras de su marido y le pone la mano sobre el hombro. En ese sencillo gesto hay mil palabras de amor.
¡Hasta mañana!..