El Señor supo que no todos los hombres podrían conocer el mar. Pensó entonces que sería bueno tener una copia sintetizada del océano, e hizo al caracol. Al darle vida le ordenó que recreara el eterno sonido de las olas, tan diferente siempre, siempre tan igual.
Poco después el Señor tomó el caracol y lo acercó a su oído. Y he aquí que el caracol no estaba imitando el sonido del mar tal como era. El suyo era otro mar, más apacible a veces, en otras más violento. Era aquel un mar caprichoso, lleno de variaciones, con arpegios, acordes y armonías que no estaban en el original.
-¿Qué es esto? -le preguntó el Creador-. ¿Por qué no te limitas simplemente a repetir el sonido que te ordené?
-Señor -respondió con ofendida dignidad el caracol-, ¿y dónde queda entonces mi personal interpretación?
El Augusto alzó los ojos al cielo y suspiró:
-¡Caramba! ¡Creo que sin darme cuenta hice a los músicos!
¡Hasta mañana!..