Un día las palabras se cansaron: los hombres las usaban para mentir y calumniar, para injuriarse y maldecirse, o las torcían y desvirtuaban a fin de ocultar sus pensamientos.
Así, las palabras se reunieron a deliberar. Tras de que muchas hicieron uso de la palabra llegaron todas a una misma conclusión: desaparecerían. Y dieron su palabra de no prestarse ya a ser herramienta de la maldad humana, o de la necedad.
Se fueron, en efecto, aquellas palabras, tan numerosas, diversas y sonoras que había antes: nenúfar, demiurgo, lapislázuli, perogrullada, cantilena, áncora, alcahuete, hopalanda, luciferino, náyade, morriña, negus, araucaria, llar...
Tal es la historia. Eso explica por qué ahora tenemos solamente palabras como “güey”, “o sea”, “no manches” y “ora sí que...”.
¡Hasta mañana!..