En una galería de arte en Brownsville, Texas, me toma por los ojos un pequeño cuadro y me hace ir hacia él.
Es una maceta de geranios. Las flores, rojas color corazón, están diciendo el nombre de mi abuela materna: Liberata. Aún después de quedar ciega ella regaba sus macetas de geranios, y pasaba con suavidad sus dedos tejedores de rosarios por los pétalos sedeños de la flor.
Compro el cuadro, el primero en ser adquirido. La dueña de la galería me dice que la artista que lo pintó se pondrá feliz: es una anciana de 92 años, y vive en una casa de reposo. Se resistía a mandar sus cuadros a la muestra. ¿Quién tendría interés en comprar la obra de una mujer como ella?
Ahora Octavia Arnesen, de Brownsville, Texas, y mamá Lata, de Arteaga, Coahuila, están juntas en un pasillo de mi casa. Desde el cuadro me ven pasar las dos viejitas, y me dicen con voz de geranio en flor que no hay tiempo ni olvido para el milagro de la belleza y para los recuerdos del amor.
¡Hasta mañana!...