Me habría gustado conocer a aquel soldado de la Confederación. Fue hecho prisionero por los yanquis, y aun preso en la cárcel los irritaba diciéndoles continuamente:
-¡Qué paliza les pegamos en Fredericksburg!
Harto ya de la enojosa cantaleta el capitán norteño a cargo de la prisión lo conminó severamente: o juraba lealtad a la Unión o lo haría fusilar. Temeroso, el prisionero prestó aquel juramento.
-Ahora eres uno de los nuestros -le dijo el superior-. Si vuelves a hablar mal del Ejército del Norte podrás ser acusado de traidor, y fusilado.
-Nunca volveré a decir mal de nuestro ejército, mi capitán -prometió solemnemente el hombre-. Pero ¿a poco no fue vergonzosa la paliza que esos malditos rebeldes sureños nos pegaron en Fredericksburg?
Me habría gustado conocer a aquel soldado. Sabía que hay muchas formas de decir las cosas que no se han de decir.
¡Hasta mañana!...