He subido a la montaña que está frente al Potrero. Fui caminando por la antigua vereda de los leñadores hasta llegar a lo alto, donde residen los más altos pinos. Allá no alcanzó el fuego de los últimos incendios, y todavía esos nobles gigantes se yerguen para rozar las femeninas formas de las nubes.
Desde arriba se ven pequeñas, muy pequeñas, las casas de mi rancho. Y se ve pequeñito, muy pequeño, el jet que pasa dejando una larga estela blanca. Estamos solos el pino, la montaña y yo. Los tres nos sobresaltamos cuando un pájaro azul pone en el aire su estridente grito.
Desciendo junto al Sol, que ya traspone el último picacho. Me espera la cocina, olorosa a humo de leña. En la fogata hierve el agua para el sabroso té de yerbanís. Llega la noche, más alta en el Potrero, y más profunda. Por el Camino de Santiago baja hasta mí la luz de las estrellas. Escucho, lejos, ladrar los perros del pastor... Termina un día más de Dios...
¡Hasta mañana!...