Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Cuando nadie está oyendo nada -lo cual es casi siempre- pueden oírse ahí estas palabras:
"... A fin de buscar a Dios me volví un templo. No hubo oración que no dijera ni jaculatoria que no recitara en mis días y mis noches. Me mortifiqué; mi vida toda fue de sacrificios.
Cuando morí llegué a las puertas de la salvación, pero el guardia en la puerta me detuvo.
-Aquí nadie entra solo -me dijo.
Llegaban otros -mujeres y hombres que se amaron; familias de padres e hijos; amigos; compañeros- y entraban juntos en la morada de la bienaventuranza. Yo no podía entrar porque iba solo. Y nunca pude entrar. Demasiado tarde aprendí que nadie se salva solo...''.
Eso dice la voz de aquella tumba de Ábrego. Pero nadie la escucha, pues todos llegan solos.
¡Hasta mañana!..