San Virila salió de su convento muy temprano y echó a andar por el camino que conducía a la aldea. Apenas empezaba a amanecer. La primera luz del alba iluminaba con vago resplandor el perfil de la montaña.
Al acercarse al pueblo el humilde fraile alcanzó a un hombre. Éste lo reconoció y le pidió un milagro. Todos le pedían un milagro a San Virila.
-¿Cuántas horas va a tener este día? -le preguntó el santo.
Respondió el hombre:
-Tendrá 24 horas, como todos.
-Ahí tienes 24 milagros -le dijo entonces San Virila apresurando el paso-. No los desperdicies.
El hombre, que no era tonto, supo que el santo le había dicho la verdad. Se entristeció por todos los milagros que había desperdiciado a lo largo de su vida, pero se alegró también por todos los milagros que aún tenía frente a sí.
¡Hasta mañana!..