Me habría gustado conocer a aquel sacerdote del que me habló mi padre alguna vez.
Hacía mucho tiempo que no llovía en el rancho. La gente le pidió al cura del pueblo que fuera a oficiarles una misa para pedir la lluvia a Dios, a la Virgen y a San Isidro Labrador.
Llegó él a la pequeña capilla, y antes de empezar la celebración miró desde el altar a los feligreses. Luego les dijo con tristeza:
-Ustedes no tienen fe.
-¿Por qué lo dice, padre? -le preguntó uno.
Respondió él:
-Nadie trajo paraguas.
Me habría gustado conocer a aquel padrecito.
Sabía que para pedir un milagro -y para merecerlo- es necesario creer en los milagros.
¡Hasta mañana!..