Llegó sin avisar y me dijo de buenas a primeras:
-Soy el regularestar.
No entendí lo que me decía. Seguramente advirtió mi desconcierto, porque explicó:
-Siempre se habla del bienestar y el malestar. Pero nadie goza nunca un absoluto bienestar, y jamás nadie padece un malestar total. Aun en medio de la felicidad algo nos turba. Estamos en la cama con la mujer amada, y nos molesta un pliegue de la sábana, o una costura del colchón. Tampoco nadie sufre un absoluto malestar. En medio del sufrimiento pensamos en la próxima comida, o en la copa que vamos a tomar. Debería hablarse entonces del regularestar, que es el estado en que se hallan los hombres casi siempre.
Tomé nota de sus palabras. Y debo confesar que no me causaron bienestar ni malestar. Me produjeron más bien un cierto regularestar.
¡Hasta mañana!..