San Virila iba por la orilla del río y vio a un hombre que se ahogaba. Otros hombres lo veían también, y gritaban con desesperación, pero ninguno se arrojaba a las aguas para salvarlo, pues la corriente era impetuosa. San Virila entonces tomó un rayo de sol y lo lanzó hacia el hombre como si fuera una cuerda. El hombre se asió a él, y se salvó.
Cuando llegó a la orilla le dio gracias a San Virila por aquel milagro.
- Haz tú otro -le dijo el frailecito-. Aprende a nadar, pues quizá la próxima vez no andaré cerca.
El hombre entendió lo que San Virila le quería decir: los mejores milagros son los que hace uno mismo.
¡Hasta mañana!..