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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

La esposa de lord Feebledick, lady Loosebloomers, era fiel observante de las tradiciones. Tenía entonces trato carnal con el chofer, según mandan los cánones, pero a fuer de mujer igualitaria -había leído a mister Russell- no gustaba de hacer preferencia entre la servidumbre, y practicaba también la coición con el mayordomo, el jardinero, el encargado de las perreras, el montero, el caballerango, el guardabosque -esto después de haber leído a mister Lawrence-, el cocinero, el valet de chambre, el repostero, y, pese a los inconvenientes, el deshollinador. Cierto día llegó lord Feebldick de la cacería de la zorra y la encontró con un amante inédito: el encuadernador. Por vía de aclaración le preguntó al sujeto: "¿Está usted haciendo esto en su tiempo libre?". "No, milord -replicó Elzevirio, que así se llamaba el individuo-. En mi tiempo libre lo hago con la mucama". "Tendré entonces que hacerle un descuento en su salario" -le informó el jefe de la casa, que era muy cuidadoso en todo lo concerniente a los asuntos laborales. "No seas cicatero, Feebledick -intervino en ese punto lady Loosebloomers-. Después de todo el pobre no tarda mucho en hacer esto". "Muy bien -cedió el lord-, pero sin que el caso siente precedente". Dijo el encuadernador: "Se lo agradezco mucho, mi lord, y le prometo que la próxima vez lo haré todavía con mayor rapidez". Lord Feebledick reconoció la buena disposición del hombre, y pensó que si todos los patrones y trabajadores mostraran igual capacidad para entenderse no se produciría nunca esa lucha de clases que tanto preocupaba a mister Shaw... Muy pocas veces voy al cine. Todos los días voy al cine. Quiero decir que en raras ocasiones asisto a una sala cinematográfica. No niego la magia que hay en ver una película en la oscuridad del cine; ni el deleite inigualable del refresco, las palomitas y el hot dog (mejores en el 90 por ciento de los casos que la cinta exhibida); ni el goce que deriva de compartir la función con el prójimo. De hecho fui mucho al cine. Pero lo hice en la venturosa edad en que no iba uno a ver la película. Ahora prefiero el cine en pantuflas, ese que se disfruta en casa. Ahí el refrigerador está muy cerca, y el baño todavía más. Sin darme cuenta he reunido una videoteca que tiene poco o nada que envidiar a la de la Academia de Ciencias y Artes. Recientemente hube de pasar varios forzados días de ocio en mi ciudad con motivo de la cancelación de seis o siete conferencias a causa del brote de influenza. Busqué entonces en mi colección algunas películas que tuvieran relación con epidemias, y en cosa de minutos hallé tres: "Jezebel", de Bette Davis; "Panic in the streets", de Richard Widmark, y esa deliciosa joyita ya olvidada, pero que en su época hizo mucho revuelo: "La cigarra no es un bicho", con el extraordinario Luis Sandrini. Mi generación aprendía más en el cine -ahora hablo de las películas- que en los libros. Ahora que volví a ver esos filmes en el contexto de lo que estaba sucediendo, otra vez aprendí algo. Aprendí que las epidemias siempre pasan, pero no sin dejar una enseñanza. Con esto de la influenza los mexicanos aprendimos la lección de la solidaridad y el orden. Una grave contingencia nos unió, y atendimos las indicaciones de las autoridades de salud para cuidarnos y cuidar a los demás. El mundo no le ha reconocido a nuestro país ese gran mérito, pero basta con que nosotros se lo reconozcamos. Eso equivale a reconocernos a nosotros mismos, es decir a conocernos más. De ahí quizá derivará una conciencia mayor acerca de lo que somos, y una más firme confianza en nosotros mismos como individuos y como sociedad. Lo repito: me gusta esa universidad sin profesores que es el cine. En él aprende uno muchas cosas. Y, lo mejor de todo, sin exámenes... FIN.

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