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MIRADOR

Cuando murió Dom Ceco, abad del convento donde vivía San Virila, un delicado aroma como de rosas llenó la celda del difunto.

-¡Milagro! -dijeron los frailes. Y anunciaron al pueblo que Dom Ceco había muerto en olor de santidad. Pero cuando lo despojaron de sus hábitos para envolverlo en la mortaja descubrieron un pomo de perfume entre las ropas del abad. Él mismo lo había puesto ahí. En el momento que se sintió morir lo quebró para crear la leyenda de su santificación.

Los aldeanos le rezaban a Dom Ceco, y le pedían milagros. Por esas oraciones un paralítico sanó; recobró la palabra un mudo, y una mujer que había dejado a su marido ya no volvió a él.

San Virila comentaba:

-La santidad de Dom Ceco era mentira, pero sus milagros son verdad.

¡Hasta mañana!..

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