Llegó sin avisar y me dijo con tono sombrío:
- Soy la sombra.
Yo me asombré. Se supone que las sombras no hablan. Esta sombra hablaba, y además traía sombrilla. Me toqué el ala del sombrero y le pregunté:
- ¿En qué la puedo servir?
Me respondió:
- Sé que soy sombra. Pero no sé de qué soy sombra. Hay sombras que son sombra de un hombre, o de un árbol, o una casa, pero yo no soy sombra de nadie, ni de nada.
Mi ánimo se ensombreció. Le sugerí:
- Diga usted que es la sombra de una sombra. Quizá eso ayudará.
Me miró sombríamente -pensé que me iba a dar un sombrillazo- y luego se alejó. Observé asombrado que la sombra no hacía sombra.