Estoy triste. La sequía cayó sobre el Potrero.
Se agotó de repente el manantial de La Cazuela; dejó de correr por las acequias el agua que da vida. En los jardines las dalias bajan la cabeza, y en las macetas el amor de un rato no dura ni siquiera lo que el amor eterno dura: un rato.
Cuando hay sequía en el Potrero hasta las tablas de multiplicar que recitan en coro los niños de la escuela se vuelven canción de pesadumbre. Los hombres levantan la mirada al cielo para ver si hay nubes, y sólo miran un azul que para la gente de la ciudad sería hermoso, pero que para ellos es cruel. No hay nadie en el camino; sólo hay polvo. El mugido lejano de una vaca es la ronca protesta del paisaje.
Diosito: ¿por qué te portas mal? Sé bien que aprietas, pero jamás ahorcas. No nos aprietes tanto, sin embargo. ¿Qué te cuesta hacer que el agua de La Cazuela vuelva otra vez a fluir? ¿Por qué no te haces lluvia y bajas a bendecir la tierra que tiene sed de ti? Perdona las preguntas, Dios, pero cuando hay sequía en el Potrero lo único que tus hijos podemos hacer es preguntar.
¡Hasta mañana!..