Este peral da frutos grandes, redondos y amarillos. Tantas peras da el árbol que sus dueños no alcanzan a recogerlas todas: alrededor del tronco hay una alfombra de oro que las aves y los insectos de Dios visitan cada día.
El peral es alto y es frondoso. Cuando se eleva el sol sobre Las Ánimas su sombra llega al estanque y se refleja en él. Al acabar la tarde la sombra del peral es el camino por donde entra la luna al huerto en soledad.
El peral es viejo. Me dice don Abundio: "Yo todavía era niño, y él ya era árbol". Generaciones de pájaros carpinteros han dejado en sus ramas la escritura de los sonoros picos. Siempre he oído hablar de este peral señero que una vez dio 60 cajas de su fruto. Ya no da tanto, es cierto, pero todavía da: nadie se acerca a él sin recibir el regalo de una pera hecha de azúcar y cristal, o sin gozar el refugio de su sombra, o sin oír el concierto de su banda de música de pájaros. Miro cómo el peral se da todo a los demás, y leo en él la lección de lo que yo debería ser.
¡Hasta mañana!...