La envidia y el odio estaban platicando.
Dijo la envidia con tristeza:
- He notado que no hago ningún daño al envidiado.
- Lo mismo he observado yo -respondió el odio-. Tampoco el que es odiado resiente daño alguno. Y me lo explico.
- ¿Por qué?- Preguntó la envidia.
El odio contestó:
- Porque tú y yo no estamos hechos para dañar al que es objeto de odio o envidia. El daño que hacemos recae sobre el que envidia u odia. Quien recibe el odio, el envidiado, a veces ni siquiera se dan cuenta de nuestra existencia. Pero el que odia y el envidioso sufren. Para eso fuimos hechos: la envidia daña al que envidia, nada más, y el odio al que odia.
¡Hasta mañana!...