Los hilos de la lluvia tejen sobre la tierra su promesa.
Cuando llueve, la gente del Potrero le da gracias a Dios. Cuando no llueve, empieza a hacerse un poquitito atea. Para quienes vivien del campo la lluvia es la mejor prueba de que Dios existe. En tiempos de sequía surgen las dudas metafísicas.
Oigo la lluvia, y oigo la música que con la lluvia viene: el parloteo de las mujeres que ahora ven seguro el pan; la algarabía de los niños que brincan los charcos para caer de adrede en ellos; la charla de los viejos que recuerdan que ya no llueve como en aquellos años...
La lluvia me entra al alma, y la bautiza. Estoy recién nacido, como Adán. No siento peso de culpa o de pecado. Esta agua del cielo va a la tierra, y hace estación en mí. Es la vida, y yo soy vida en ella. La vida no sabe del pecado: es inocencia. Cuerpo y alma se toman de la mano, y van bajo la lluvia por un camino donde no existe el mal.
¡Hasta mañana!...