Declaro, y firmo, y sello, que pocos niños tan hermosos hay en este mundo como los niños tarahumaras. He aquí que fui a la Sierra de Chihuahua en busca de la naturaleza, y lo más bello que encontré no fueron las montañas de niebla, ni la abisal barranca, ni los bosques sin tiempo, o las cascadas. Fue el rostro de los niños tarahumaras. Los vi en la escuela, y en las estaciones del tren, y aun en las cuevas donde viven, y ahora los llevo en mí con su clara sonrisa y sus enormes ojos negros, con su minúscula dignidad de pequeños reyes y reinas de este mundo.
Ahora sé que muchos de ellos son adoptados por otros padres, pues los suyos no pueden alimentarlos, ni darles educación. Me alegra que esos niños encuentren un mejor destino, y me alegro también por los padres que con su corazón hacen que esos pequeños sean sus hijos. Pero me entristece la pobreza que hay en aquella hermosa comarca.
Por encima de ese paisaje triste, sin embargo, la angélica sonrisa de los niños, la luz que hay en sus ojos, son triunfo de la vida y promesa de que la vida seguirá.
¡Hasta mañana!...