Cada día aquel hombre llegaba a la pequeña capilla del padre Soárez, y postrado frente a la imagen del Señor le hacía toda suerte de peticiones.
Una noche el padre Soárez, tras de cerrar la puerta y apagar las velas que ardían en el altar, se puso a platicar con el Cristo en la soledad de la capilla.
-Señor -le dijo-. Ese hombre que te reza cada día se queja amargamente. Dice que no le das todo lo que te pide.
-¿Y qué más dice? -preguntó el Señor.
El padre Soárez bajó la cabeza, apenado.
-Murmura de Tu misericordia, Señor -le respondió-. Desconfía de Tu divina providencia.
-¿Ah sí? -se molestó el Señor-. Entonces habrá que castigarlo.
-¿Y cómo lo vas a castigar? -preguntó temeroso el padre Soárez-.
-En la forma más dura -le contestó el Señor-. De ahora en adelante le concederé todo lo que me pida.
¡Hasta mañana!...