Llegó sin ningún aviso y me dijo de buenas a primeras:
-Soy la veleta, para servir a usted.
Le respondí que me daba gusto conocerla, y quise saber en qué podía serle yo de utilidad.
-La gente -se quejó- dice de mí que soy muy veleidosa. Eso no es cierto. El viento es el veleidoso. Yo me limito a señalar sus veleidades. Con eso cumplo mi deber.
Entendí su argumento, y supe que tenía la razón. Le pregunté:
-¿Puedo hacer algo por usted?
-Sí -replicó ella-. Cuando escriba, no ponga: "Veleidoso como una veleta". Diga: "Veleidoso como el viento". Así estará diciendo la verdad.
Cumplo ahora la encomienda, pues así lo prometí, y no soy veleidoso como una... perdón: y no soy veleidoso como el viento.
¡Hasta mañana!...