La naturaleza tiene relojes ocultos. O quizá tiene un solo, misterioso reloj. Con el otoño llegan a nuestro huerto miríadas de palomas de ala blanca, y hacen suyo lo que creemos nuestro y que en verdad pertenece a todas las criaturas.
Yo miro ese prodigio alado y trato de explicarme su presencia. Hay palomas, me digo, porque hay nueces. Las palomas buscan -lo mismo que nosotros- su rica sabrosura. Pienso eso, pero en seguida me pregunto si no será al revés: hay nueces porque hay palomas.
Algunos hombres no son reverentes ante el misterio de la vida, y ni siquiera se dan cuenta de que existe. Yo vivo en perpetuo asombro ante ella. Camino bajo los nogales, y me saluda un cortejo de aves peregrinas. Son efímeras, y al mismo tiempo eternas. Eran antes que yo; después de mí seguirán siendo. Bajo sus alas blancas va la vida. Un día se irán, pero luego regresarán, como la vida.
¡Hasta mañana!..