En el convento de San Virila sucedió un milagro.
El día estaba gris por la neblina. Llegó un fiero predicador a decir el sermón dominical, y empezó a hablar del infierno. Con voz tonante describió los terribles tormentos que aguardaban a los réprobos, y los castigos a que estaban condenados por la eternidad.
Y en eso sucedió el milagro. La imagen de Jesús, que desde el altar veía como mirada amorosa a los humildes feligreses, habló de pronto y dijo:
-No le hagan caso.
Entonces se disipó la niebla. Brilló el sol, y una bandada de palomas blancas pintó un dibujo alegre sobre el azul del cielo. Exclamó San Virila, jubiloso:
-¡Demos gracias a Dios por su infinito amor, que pone siempre la luz de su misericordia sobre la oscuridad de nuestras culpas!
¡Hasta mañana!..