Llega el viajero a San Petersburgo, y visita el palacio donde Rasputín halló la muerte a manos del nebuloso príncipe Yusupov.
Ese lugar ha sido preservado. Se le ha añadido un detalle que atrae a los turistas: la estatua en cera de aquel monje diabólico nos mira tras una mesa en el oscuro sitio.
El palacio Yusupov es ahora un lujoso restorán. En él se reúnen diplomáticos y visitantes distinguidos de la ciudad del Neva. Por el equivalente de 100 dólares se puede disfrutar una cena inspirada en los banquetes de los zares.
El viajero bebe a sorbos lentos el vaso de vodka que tiene frente a sí, y piensa que sobre todos los crímenes del hombre acaba siempre por triunfar el gozo de vivir. En el cristal del vaso se reflejan los cristales del pabellón donde se encuentra, y en el reflejo está igualmente el de las aguas del impasible río. Todo lo fugitivo es ahora eterno, y todo lo eterno es fugitivo.
¡Hasta mañana!..