Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que recuerda las oraciones de su abuela, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
- Yo quisiera tener la fe del carbonero, y ver en el catecismo de Ripalda la única verdad. Mi alma es pequeñita y tímida, como niña el día de su primera comunión; pero mi pensamiento es arrogante, y pone toda suerte de trabas a mi ansia de creer. Por la noche, en esa soledad que por la noche llega, creo en todo lo que creyeron mis mayores. De día, sin embargo, dudo con la duda que agobia a los menores. Sé, sin embargo, que cuando me llegue el gran silencio aclararé todas mis incertidumbres. Y ese día yo mismo me aclararé.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!..