A los 85 años de su edad murió en Monterrey el padre Roberto Infante.
Fundó un comedor para los pobres. Centenares de indigentes encontraban ahí cada día alimento y protección. Cualquiera podía entrar en el comedor del padre Infante; a su mesa llegaba lo mismo el ebrio que la prostituta. Lo único que aquel buen sacerdote les pedía antes de darles su alimento es que se lavaran las manos.
A veces me invitaba a estar con él, y comíamos lo mismo que los pobres. Me avergonzaba compartir con ellos ese sagrado pan. Era como una eucaristía que no era digno yo de comulgar.
Los quebrantos del cuerpo no quebrantaron nunca el alma de Roberto Infante. Reducido en sus últimos años a una silla de ruedas, sus amigos íbamos a confortarlo, y salíamos confortados por él.
La verdad es que todos somos pobres. Nada nos quita la esencial indigencia de lo humano. Pero Roberto Infante se hizo rico trabajando por los pobres. Nos deja su riqueza. Por él somos ahora menos indigentes.
¡Hasta mañana!..