Han llegado al Potrero los primeros días de frío.
En lo alto del Coahuilón se mira la blancura de la helada, y el aire fino que baja de la sierra pone a tiritar al mundo.
Y sin embargo yo no tengo frío. Estoy en la cocina de la casa, y bebo a sorbos lentos un té de yerbanís. Con él me bebo el sol que en el verano pintó de amarillo Van Gogh las flores de esta planta perfumada.
Afuera se oye un viento de lobos, pero adentro se escucha sólo el crepitar de la leña en el fogón. y el borbollar de la olla.
En esta misma cocina estuvo don Francisco, que peleó en la indiada grande; y don Ignacio, que luchó contra el francés; y don Sixto, que anduvo en la Revolución. Cuando la leña tronaba, me cuentan los más viejos, don Sixto se llevaba por instinto la mano a la pistola.
Yo no he conocido otra guerra que las que llevo dentro. Pero aquí en el Potrero se aquietan mis batallas, y me posee esa tibieza dulce que da la paz del alma.
¡Hasta mañana!..