Llega el viajero a Aix-en-Provence, y recorre a pasos lentos el Cours Mirabeau, la calle -dicen muchos- más bella de Europa.
Los árboles filtran el sol del mediodía, y las luces y sombras que pintó Cézanne dibujan una alfombra oriental en las baldosas. Las fuentes rococó danzan su antiguo minué. A uno y otro lado de la calle las mansiones dieciochescas son historias galantes hechas de mármol y de rosas.
El tiempo, que nunca se detiene, se detiene aquí. Los ruidos del mundo aquí se aquietan. Los calores de julio no se sienten, y el verde de las frondas es más verde, y es más azul el cielo azul.
Toda la vida debería ser como esta calle: hermosa y tranquila. Va por ella el viajero, y se pregunta si así serán las calles en alguna otra vida. ¿Así serán?
¡Hasta mañana!..