Me gustaría llamarme como mi padre se llamó: Mariano. Porque mariano soy, por María, la rosa a quien decimos el rosario, con esos piropos de enamorado que forman la letanía lauretana. Para los mexicanos, María es Guadalupe; no india ni española, sino mestiza. O sea, mexicana. Cada año hago mi peregrinación particular. Acudo a su santuario y canto con el pueblo aquellos himnos entrañables que aprendí de niño: "... Desde el cielo una hermosa mañana...". "... La Guadalupana es nuestra gran señora...".
Escribió López Velarde: "... Anacrónicamente, absurdamente, a tu nopal inclínase el rosal...". En efecto: anacrónicamente -en el frío diciembre- sucedió el absurdo de que florecieran los rosales y se inclinaran para dejar caer sus rosas en el ayate, mexicano como el nopal, de Juan Diego.
A pesar de todos los vientos y todas las tempestades, México es guadalupano. La patria -la Suave Patria- y la Virgen Morena se funden en un milagro de esperanza y fe que se renueva cada día.
¡Hasta mañana!..