Cuando nos acercamos al final del año adoptamos una actitud de penitencia. Hacemos el recuento de nuestras fallas, culpas y omisiones, y pedimos perdón a Dios y al prójimo.
Y eso no está mal, a condición de que sea sincero el arrepentimiento, y se acompañe con un firme propósito de enmienda. Pero mejor que el remordimiento es la esperanza: esperanza en la bondad de Dios, que comprende nuestras debilidades; en la buena voluntad de nuestro hermano, que las perdona, y en nuestra propia capacidad de ser mejores.
Nos aguarda cada día un regalo: la esperanza. Tenemos derecho a la promesa. No hagamos del pesimismo nuestro huésped, ni admitamos al miedo en nuestra casa. La vida es vida siempre, y en ella estamos ahora. Abracémosla, como ella nos abraza cada día, y digámosle "Te amo" con la misma voz con que se lo decimos a la persona amada. Veremos cómo la vida nos responde con ese misterioso amor que sabe dar.
Tiendo las manos para tocar las tuyas, y siento tu calor. Es el calor de Dios, presente en todas sus criaturas. Él nos acompañará en este camino que es la vida, tan viejo en el recuerdo, tan nuevo en la esperanza.
¡Hasta mañana!..