Desde que era pequeño, Felipillo Calderón aprendió el decálogo en el Catecismo del Padre Ripalda y el número diez ha sido importante para él; alumno aplicado, sacó dieces en la escuela; además del relato de la Biblia (Éxodo 34:1), supo de otros decálogos: el del buen alumno de Ángel Rivere, el del perfecto cuentista, de Horacio Quirós, el del periodista, de Fernando García, incluso el del estudiante veracruzano del rector Raúl Arias, sin faltar el excelente decálogo del escritor, pequeña joya de Tito Monterroso; así, su campaña presidencial tuvo diez puntos, mismos que repitió en septiembre de este año: ¿recuerda usted, estimado lector?, pobreza, salud, finanzas, educación, seguridad, etc. etc., y ahora nos receta un decálogo para la Reforma del Estado, con mucho de lo que todos los mexicanos queremos para cambiar la forma de hacer política en el país.
Así, Moisés Calderón nos presenta diez propuestas que nadie en sus cabales podría descalificar: elección consecutiva de alcaldes, elección consecutiva de legisladores federales, reducción del número de diputados y senadores, el aumento a 4% de votos necesarios para que un partido conserve el registro, opción para que los ciudadano propongamos iniciativas de ley, candidaturas independientes, segunda vuelta para elección presidencial, opción para que la Suprema Corte de Justicia presente iniciativas de ley, opción para que el Ejecutivo presente iniciativas pendientes y observaciones del Ejecutivo a proyectos de ley aprobados por el Congreso y el Presupuesto, decálogo de cambios importantes para que se modernice nuestra democracia que aún está en pañales.
Se podrá objetar al presidente, que al igual que Moisés, que tardó cuarenta días en bajar con su Decálogo del monte Sinaí, haya presentado el suyo en el último día de labores de los legisladores, que en eso de descansar son tan hueflojos que tienen el Récord Guinness; se podrá objetar además que no hizo ninguna labor de concertación con ellos y otros actores políticos antes de presentarlo, y que no mencionó a que ya desde hace años el PAN, y recientemente miembros del PRI habían hablado del tema, pero el decálogo está ahí.
En la Biblia, Moisés bajó del Sinaí y encontró que los israelitas, con ayuda de su hermano Aarón, habían construido y adorado un ídolo, y airado rompió las tablas contra el becerro de oro (Éxodo 34:10); de la misma manera, puede suceder que mientras Moisés Calderón estaba en el monte, Aarón Beltrones haya construido con los suyos un Becerro de Oro, y como muchas de las cláusulas del Decálogo afectan directamente las canonjías de los legisladores, Aarón Beltrones y los suyos sigan adorando el Becerro de Oro y le den largas al asunto, (ya surgieron los peros, los sin embargos, los no es el momento, etc.) con lo que Moisés Calderón hará un gran berrinche, romperá las tablas de su decálogo y tirará para el monte de nuevo para redactar otro; la Biblia como vaticinio del Estado mexicano.