"Hay que tener mucho cuidado con esta muchachita porque está en todo" decía mi abuela, sólo porque yo era metiche y jugando jugando me las arreglaba para escuchar las conversaciones de los adultos.
¿Qué hubiera pensado mi "abu" de haber visto la foto de la joven legisladora danesa Hanne Dah, con los audífonos de traducción simultánea puestos, la mirada alerta en la pantalla de su "laptop", votando con la mano derecha y protegiendo con la izquierda a su bebé, que recostado sobre una frazadita en la mismísima mesa redonda del Parlamento Europeo; miraba a su madre trabajar?
¿Qué si mi "abu" hubiera visto la foto que hace unos meses dio la vuelta al mundo mostrando a Carme Chacó, ministro de Defensa de España pasando revista a sus tropas en Irak? ¿Qué hubiera dicho de la encantadora Carla Bruni, aventurera, modelo, exitosa rockera y de momento primera dama de Francia, sin que su marido se sienta amenazado o disminuido por las múltiples capacidades de su esposa?
Esas mujeres sí que están en todo. Aquí todavía no nos dejan porque cualquier cosa que tenga que ver con la femineidad está reñida con la política.
Aún está fresco el escándalo que suscitó el hecho de que algunas legisladoras jóvenes y bonitas, se dejaran fotografiar en poses provocativas y sexys para una revista. O una cosa o la otra, exigen los hombres dotados de un solo canal para percibir la vida. Ni la imaginación más fantasiosa nos permitiría pensar que alguno de nuestros bigotones legisladores, tan machos ellos, tan ocupados en asuntos de vital importancia (como ampliar sus jugosas dietas y compensaciones; con una mano en la entrepierna y la otra en sus imprescindibles celulares) pudiera realizar las maniobras que requiere atender los audífonos de traducción simultánea, la pantalla de la computadora y a un bebé; sin perder la concentración que exige el trabajo parlamentario.
La política en México, con muy contadas excepciones, sigue siendo cosa de machotes. Tal parece que ese oficio es incompatible con las expresiones humanas más naturales. Nada de ternura ni sensibilidad, y de bebés en la Cámara ni pensarlo.
Cuando las mujeres se meten en los terrenos pantanosos de la política, adoptan con frecuencia lo peor de las actitudes machistas: su lenguaje verbal y no verbal, la rudeza de trato. Con el traje sastre reglamentario y el corazón acanallado, repiten los usos y costumbres impuestos por los hombres.
En su reciente visita al país y a la Basílica de Guadalupe, de pie ante el ayate de San Juan Diego, Hillary Clinton preguntó: ¿Quién pintó el cuadro? "El Padre Dios" le respondió su anfitrión Monseñor Diego Monroy, quien informó después que a la señora le impresionó mucho la respuesta. Ya lo creo. ¿Qué va a entender de milagros una mujer moldeada en la dura y pragmática lucha por el poder?
Falta mucho camino por recorrer y una amplia transformación cultural para que como sucede en los países nórdicos, las mujeres sin tener que abdicar de su esencia femenina, puedan alcanzar igualdad de trato, de derecho y de oportunidades en el ámbito político.
Ninguna ley será suficiente en la mediación entre el pasado y las nuevas realidades ético-sociales sin la aportación de la inteligencia, la energía y la sensibilidad femeninas. Cuando esto suceda -y sucederá porque hacia allá nos dirigimos- lo mejor que podrán hacer los machotes bigotones será aplicarse a la producción de bienes, al futbol y a ver más horas de televisión que es lo que les sale más o menos bien; pero lo que es la responsabilidad política y económica, deberán recaer en cabezas y corazones femeninos.
Ojalá que para entonces todavía estemos a tiempo de corregir el rumbo de colisión que tantas generaciones de machotes le han dado a nuestro país.