No, no está bien que nos alegráramos del dolor ajeno. Sin embargo eso pasó. Aunque en realidad lo menos que hubo fue congoja.
Presenciamos, vía la pantalla chica, de un espectáculo en el que la cabecera principal recibía dos proyectiles que, desde la fila de sillas en que se encontraban los asistentes, salieron al impulso de su dueño, teniendo que cabecear, lo que hizo con gran agilidad la persona a la que iban dirigidos, tan oportunos fueron los reflejos, que logró esquivarlos.
Eran dos zapatos que con fuerza había arrojado un periodista de Irak, que previamente lo apostrofó diciéndole: de parte del pueblo iraquí, toma tu beso de despedida, a la vez que se descalzaba con gran destreza. Lo inesperado del ataque dejó paralizados a los miembros de su equipo se seguridad que no reaccionaron sino hasta que había acabado el repentino ataque. Los dos “cacles” dejaron de manifiesto la impopularidad de GeorgeW. Bush treinta días antes de dejar la Casa Blanca. Era el domingo 14 de diciembre del año pasado, estaba por cerrar la puerta de una historia llena de oprobio y de vergüenza.
Su agresor fue liberado el martes de esta semana. Los zapatos fueron adquiridos por un comerciante que los guarda como quien atesora una reliquia sagrada. Se encuentran en un estante que se haya dentro de una trastienda.
Durante las noches, cuando las oscuridad se apodera del aposento, si uno aguza el oído podrá escuchar voces que parecen venir de en medio de las suelas. ¿Cómo se oirá la fonética que esos seres inanimados usan para comunicarse? Casi le dimos su merecido, parece susurrar el que calza al pie derecho. Le aboyamos el orgullo, dice el otro. Ambos habían salido disparados uno tras otro hacia la humanidad del vaquero tejano. Quién lo iba a decir, que el político más protegido del orbe se viera humillado por dos zapatos iraquíes, que aún conservaban la fragancia de las extremidades inferiores del periodista.
Quizá una bomba de mano, de esas esféricas, que solían usar los terroristas rusos del siglo XIX, con una mecha de fuera, le hubiera hecho menos daño a la pedantería del atildado presidente de la nación más poderosa del planeta, que se movía con una arrogancia que ya la quisiera Gary Grant.
El ridículo lo acompañará durante el resto de su vida. Dos zapatos lo hicieron estremecerse, logrando herir su arrogancia. Nada sería igual a partir de ese momento. Él, que se pavoneaba cuando leía los partes de guerra que hablaban de las bajas de la población civil que había sido presa de sus bombardeos que en mucho recordaban a Atila por aquello de que donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba. Él se había convertido en la segunda edición del azote de Dios. Nada escapaba a su furia. Estaba enloquecido creyendo que podía acabar con todo un pueblo cuando hete aquí que un hombre quitándose los zapatos, en rápida maniobra, lo puso en su lugar. Ese hombre es ahora considerado un héroe.
Su acción lo ha convertido en un símbolo del rechazo a la ocupación estadounidense en territorio iraquí, en todos los territorios. A partir de entonces el periodista de la televisión de su país, respira a todo pulmón, está consciente de que está libre de nuevo, pero su casa sigue siendo una cárcel o sea que los iraquíes siguen invadidos por las fuerzas del Tío Sam.
¿Qué pasaría si todos los que viven en este vecindario se quitan los zapatos con intenciones aviesas (obviamente los que en estos azarosos tiempos aún poseen zapatos) y sin necesidad de tomar puntería los arrojaran contra el hombre que está en un recinto legislativo levantando solemne el brazo izquierdo, jurando decir la verdad?, aunque estrictamente no creo que lo sea, tomando en cuenta las catastróficas circunstancias.
Ninguno fallaría, aun haciéndolo con los ojos cerrados. Pero dejando la anécdota imaginaria de lado, cuyas consecuencias, si las hubiera, serían irrelevantes, vayamos al hecho que sí ocurrió.
Los zapatos de Muntazer pasarán al registro de hechos curiosos sin mayor trascendencia.
El ahora ex presidente GeorgeW. Bush ha seguido su vida sin tropiezos. Más adelante se olvidará que el hecho tuvo lugar, reconfortado por los negocios que realizó. En realidad hay pocas cosas en este mundo que se puedan contar como importantes.
En fin, sigamos nuestro camino esperando que las condiciones de vida mejoren cada día.