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Navidad aquí y ahora

Las laguneras opinan...

MA. ASUNCIÓN DEL RÍO

Con los villancicos todavía sonando en mis oídos, el sabor de ponches, buñuelos, tamales y toda la parafernalia de la época en la boca y sus efectos a la vista y en la báscula, quiero reflexionar sobre el sentido de la Navidad e imaginar -¿por qué no?- qué pasaría si hoy mismo se repitiera el milagro que los cristianos conmemoramos cada 25 de diciembre y el Hijo de Dios viniera a nacer entre nosotros, no en un sentido espiritual o alegórico, sino como una realidad objetiva, aunque con el mismo propósito redentor.

¿Qué pasaría si hoy mismo, el Niño Jesús tuviera que venir a encarnarse en una virgen y naciera en nuestra comunidad, para establecer el reino de Dios entre los que ahora somos? ¿Qué lugar sería el adecuado? ¿Qué papel desempeñaría cada uno de nosotros? ¿Quién daría posada a María y a José? ¿quiénes serían los anfitriones y testigos del divino nacimiento? Imagínese usted que, en efecto, la voluntad de Dios se cumpliera en nuestra comarca y hoy, como hace poco más de dos mil años una pareja de peregrinos pobres llegara aquí, buscando un sitio dónde recibir al hijo que está a punto de nacer. ¿Qué parte de la región sería la equivalente al portal de Belén? Las imágenes que por siglos han poblado nuestra mente, derivando en "nacimientos" hechos con toda clase de materiales: porcelana, metal, barro, papel, madera, cristal, resinas, paja, tela, semillas, dulces... invariablemente nos llevan a la Sagrada Familia, un ángel, una mula y un buey, algunos pastores con sus ovejas visitando al Niño y Melchor, Gaspar y Baltasar que, procedentes de Oriente, llegan portando sus exquisitos regalos para el Rey por ellos reconocido. Alrededor de estas figuras esenciales puede haber muchísimas más. La recreación del portal suele ser tan variable como los materiales de su construcción, yendo desde cuevas labradas en piedras cerreras o semipreciosas, hasta construcciones de establos o casitas de campo más o menos realistas, hechas a escala. Sea como fuere, el conjunto más bien folclórico resulta armónico y muy agradable a la vista: María y José sonríen pacíficamente contemplando al recién nacido, apenas cubierto por un pañal; los pastorcitos hacen lo propio y los reyes, ataviados con sus galas lujosas que contrastan con la humildad del portal, abren sus cofres mostrando las ofrendas al Dios, al Rey y al Hombre. Difícilmente recordamos ante esta escena la realidad de un establo helado, sucio y maloliente, donde las bestias se resguardaban del frío, comían y defecaban. Tampoco relacionamos a los pastores con un sector social bajo, cuyas actividades tenían mucho que ver con el asalto y la violencia. No advertimos el agotamiento de la pareja tras una interminable jornada de camino, desprecios y dolores de parto, ni su angustia por el frío intenso, la falta de comida, el alumbramiento en el más sórdido de los espacios, disputado a animales y ladrones. En fin, la candidez de nuestra imaginación borra todos los inconvenientes que debieron pasar José y María, para transformarlos en esa escena que tanto nos gusta recrear.

Volvamos a la pregunta: ¿qué pasaría si los protagonistas de la Natividad llegaran a nuestra tierra, en cumplimiento de las profecías? Pienso que la venida de Jesús Niño en el ambiente y con las criaturas que acabo de describir no fue casual: ahí se necesitaba mayormente su presencia, era ese sector pobre y desarrapado, lleno de conflictos, violento a fuerza de padecer los abusos del poder, la falta de oportunidades, el hambre y la necesidad, el que tenía que recibirlo, y ahí tendría lugar antes que en otra parte la misión encomendada: la promesa del Reino, la justificación de las penalidades, la esperanza de la salvación. Ahí había de nacer y crecer Jesús, ahí trabajaría y conocería a sus amigos, ahí proclamaría la liberación por el amor y el perdón. ¿A dónde llegaría en nuestra ciudad? Ciertamente no a las colonias residenciales, ni a las sedes de gobierno, ni a las casas de campaña de los partidos políticos, ni a las empresas comerciales; no a las escuelas ni a los clubes sociales, artísticos y deportivos. Sin dinero ni credencial de derechohabientes, no creo que sus padres fueran bien recibidos en los hospitales y probablemente tampoco en las iglesias que cerraron sus puertas ante los connatos de violencia durante las peregrinaciones pasadas. Piénselo bien y verá cómo encajaríamos los ocupantes de estos sectores en el rol del que "no puede abrir" porque "aquí no es mesón", o en el de aquél a quien "no le importa el nombre" y pide que lo dejen dormir, o exige que se vayan, temeroso de que se trate de "algún tunante..." ¿Entonces a dónde llegaría? Probablemente a La Compresora, a La Durangueña, a San Joaquín, en los alrededores de la Alianza, los cerros de las Nohas o el de la Cruz, por donde tanto miedo nos da pasar hoy de día y de noche, pues ahí se refugian los rijosos, los narcos, los que han ido perdiendo inexorablemente el sentido de la vida y su valor y para quienes ya poco significa insultar, agredir o matar. ¿Serán ellos los pastores del nacimiento moderno, a quienes el ángel viene a anunciarles la buena nueva? ¿Y habrá entre nosotros los "buenos" algún mago o sabio interesado por reconocer entre las pajas de un pesebre y entre la escoria humana a aquél que, anunciado desde todos los tiempos, ha de venir a redimirnos de nuestra indiferencia hacia el dolor de los demás, a estimular nuestra generosidad, a levantarnos de la desesperanza y el desaliento permanentes en los que vivimos, a alejarnos del consumo de cosas y placeres ilimitados y pasajeros, a recuperar un poco de los tesoros (el amor, la fe, la solidaridad, el interés real por el otro, el ser sobrios y generosos) que hemos cambiado por lo que no sirve ni alimenta? Ojalá, pues un niño representa siempre el comienzo y aquí ya nos urge comenzar de todo a todo.

Que el Niño Jesús inspire a nuestra existencia personal, ciudadana y nacional para que sean mejores en todos sentidos; que la presencia de su Amor en gobernantes y ciudadanos conduzca a la paz y a la prosperidad de México y que a pesar de todas nuestras fallas, podamos continuar hablando de la Navidad sin transgredir con ello leyes como las que en otros países hoy por hoy consideran cualquier manifestación de fe como acto discriminatorio contra quienes no comparten las mismas ideas, inhibiendo por tanto su libertad de expresión.

Un niño vincula y refuerza; ojalá que éste al cual esperamos y hemos celebrado (aun en la posibilidad de encontrarlo en sitios indeseables), renueve nuestra buena voluntad perdida por el desengaño y el cinismo y venga a reforzar los hilos que tan débilmente nos mantienen unidos a la cordura, a la vida, a la familia y a la patria.

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