Hoy es Navidad. El festejo cristiano se ha vuelto global, en gran medida por la expansión europea de los últimos quinientos años. Las religiones de origen cristiano no son hoy mayoría en el mundo, ni nada cercano, pero la hegemonía cultural de Europa durante tantos años ha permitido que diversas celebraciones originadas en esta tradición hayan sido adoptadas por prácticamente todo mundo. No es que otras religiones celebren la Navidad, pero todos consideran al fin de año un momento de reunión familiar, regalos y, en general, convivencia.
El cristianismo, a final de cuentas, retomó esta fecha de otras tradiciones previas, originarias de Persia, pero frecuentes en otras regiones cercanas, en donde el mesías, salvador o héroe nace en el solsticio de invierno y muere en el equinoccio de primavera. Como todas las tradiciones, siempre encuentra uno raíces en otras partes.
En realidad, las culturas son producto de este entramado de creencias, costumbres, prácticas de diversos grupos. Así, aunque hay algunas ideas que comparten todos los países europeos, en realidad no existe una cultura homogénea entre ellos. No la hay tampoco al interior de muchos países, que tienen en su origen diferentes grupos que con el correr del tiempo se han acostumbrado a vivir juntos y han mezclado partes de sus creencias y costumbres, pero que pueden todavía diferenciarse en otras partes, así lleven mil años dentro del mismo "país".
Por eso, la idea de que los mexicanos tenemos una cultura especial, propia, no tiene ningún sentido.
Es una idea que surgió, y creció, en una época en que muchos otros pensaban lo mismo. No sólo que había culturas específicas de ciertos pueblos, sino que algunas de ellas eran superiores a las demás. Fue una época en que esta creencia de superioridad se transformó en la mayor locura de la humanidad, dando como resultado decenas de millones de muertos, en guerras mundiales, en experimentos sociales, en los "grandes saltos hacia adelante".
Nuestras creencias, costumbres y prácticas son resultado de la mezcla de los distintos grupos que ocupan nuestra historia, pero fundamentalmente de ese tiempo que no nos enseñaron en la escuela y que ocupa, todavía, la mayor parte de nuestro pasado: la Colonia. Que, por cierto, no lo fue, en tanto éramos un virreinato como otros, y no una colonia en el sentido moderno. Pero de ahí nos viene la mayor parte de nuestra herencia, que ya los liberales del siglo XIX intentaron suplantar con míticas historias indígenas, y que luego la Revolución terminaría de deformar.
La tan querida Virgen de Guadalupe tiene una predecesora en Extremadura, la tierra de los conquistadores, con dos siglos de anticipación a la nuestra..
Cierto que nuestra imagen no se parece a la extremeña (ésa es negra, no morena), sino a otra de las vírgenes españolas, pero el nombre sí lo heredó. Nuestra imagen nacional, el charro, tampoco es nuestro, sino de la frontera entre Extremadura y León, de cerca de Zamora (la española, no la michoacana). De ahí viene la artesanía charra, las obras en plata de forma redonda, usadas como adorno sobre paño negro, que deben su nombre a un término despectivo equivalente al que se usaba hace pocos años: "payo".
El origen de la palabra charro, por cierto, es vasco.
Nuestro país debe mucho a esa época, la España Habsburgo, que durante dos siglos y medio fue dando forma a una sociedad muy diferente a las indígenas previas, y ligeramente diferente a las españolas contemporáneas.
Nos dio un lenguaje con todo y sus diferencias de tono y cantado, más resultado de los inmigrantes peninsulares (andaluces en las costas, que se comían las eses como hoy se las comen veracruzanos y tabasqueños, por ejemplo) que de los lugares en sí mismos.
Fue esa misma época la que determinó la construcción de las ciudades, el rumbo de los caminos (y después de los ferrocarriles), y multitud de creencias, costumbres y prácticas que hoy seguimos teniendo, aunque a algunas de ellas les queramos dar un nebuloso origen prehispánico. Sin duda algo logró sobrevivir a esos dos siglos y medio, pero debe ser muy, pero muy poco.
Lo que hoy le comento, el tremendo peso de la España Habsburgo sobre el México del siglo XXI, es algo que nadie quiere aceptar, y que desde el siglo XIX se ha evitado discutir acusando a quien lo sostiene de reaccionario, o ultraderechista dirían hoy. Pero bueno, así son las cosas, aunque no gusten. Recuerde que sólo se puede cambiar lo que se ha aceptado.
Profesor de Humanidades del ITESM.