Los que (más o menos) nos ganamos la vida hilando y desgastando vocablos odiamos la frasecita; pero no por ello es menos cierta: una imagen dice más que mil palabras. Y es que hay fotografías, pinturas y piezas de escultura o arquitectura que cuentan una historia, generan un sentimiento en un instante, sin necesidad de mayores explicaciones. Y algunas de esas imágenes tienen la capacidad de enterrarse profundamente en el inconsciente colectivo, y representar y simbolizar por sí mismas épocas, situaciones, eventos multitudinarios que así quedan resumidos en su mínima expresión: un ser humano (o un pequeño grupo de ellos) que condensan los afanes, dolores y esperanzas de miles, o millones.
En el momento en que las cámaras se volvieron factiblemente portátiles, los fotógrafos descendieron como plaga bíblica a lugares y situaciones a las que el común de los mortales no podían (o no querían) acercarse, y compartir con todos los horrores y bendiciones que la condición humana se empeña en acumular. Y algunas de esas imágenes perduran en la memoria de quienes rápidamente se sienten envueltos en su atmósfera
Y como decíamos, hay imágenes que condensan eventos multitudinarios, etapas completas de la historia, pasiones y voluntades que todos sentimos (o queremos sentir) y que de pronto se materializan en un parpadeo: el que hacemos al reconocer una figura que sabemos que ya no olvidaremos.
Curiosamente, quizá la fotografía más memorable de la llamada Revolución Mexicana no sea la de un combatiente, bigotón y con el pecho tachado por ostentosas cananas; no, es la de una mujer, asomándose en el estribo de un vagón de ferrocarril, con una expresión inolvidable en el rostro, que condensa los sentimientos encontrados de quien se halla en medio de una guerra civil: aprehensión, decisión, voluntad. No sabemos qué pasa por la mente de esa mujer. ¿Está buscando a su Juan entre los que regresan de una incursión? ¿Muestra su incredulidad ante la noticia recién recibida de una derrota inesperada? ¿Le acaban de avisar algo sobre su familia, y se asoma para ver con quién compartir la dicha o la desgracia? ¿O está a punto de mentarle la madre a otra Adelita fuera de cuadro por haberse llevado entre las patas (bueno, piernas) al susodicho Juan, que no sólo sobrevivió sino que se pasó de vivo? La mujer en esa fotografía representa a todas las mujeres mexicanas que han arriesgado el pellejo siguiendo y ayudando a sus hombres, como lo hiciera Malitzin hace casi cinco siglos. Y para lo que les sirvió: los "gobiernos emanados de la Revolución" no les dieron derechos políticos sino hasta cuarenta años después.
En la memoria universal, la Guerra Civil Española quedó reducida a la imagen de un soldado desplomándose de espaldas, soltando apenas el rifle, en el instante en que una bala le ha partido el pecho. Es la famosa "Miliciano leal (Republicano) en el momento de la muerte, Cerro Muriano, Septiembre 5, 1936" (mejor conocida entre la raza simplemente como "El momento de la muerte"), tomada por Robert Capa. Al contrario de lo que suele ocurrir, el personaje central tiene un nombre: se trata de un tal Federico Borrell García, a quien Capa ya había fotografiado en vida horas antes. Sobre esta foto han corrido ríos de tinta y se han hecho sesudas investigaciones dignas de mejor causa. ¿La razón? Que algunos críticos aseguran que se trata de un montaje, y que Capa utilizó un modelo posando. En mi (nada) humilde opinión, si así fue, no pudo encontrar mejor actor. En todo caso, "El momento de la muerte" simboliza la brutalidad de la Guerra Civil Española, es una de las mejores fotos bélicas de la historia, y un magnífico recordatorio de que la guerra siempre es un partido en que el silbatazo final puede llegar en cualquier momento y sin decir agua-va.
Le podemos seguir con muchas otras imágenes que, entre millones, han pasado a simbolizar eventos de importancia cataclísmica: el niño judío con los brazos en alto, siendo echado del ghetto por los soldados alemanes que se ven al fondo, es la personificación de la brutalidad nazi. El marinero besando a (¿Besando a? ¡Atracándose de!) la enfermera en Times Square el día en que acaba la Segunda Guerra Mundial refleja la exultante alegría de estar vivos y que la pesadilla ha terminado. La jeta del Che Guevara, tomada por Korda ha pasado a simbolizar la convicción y la indeclinable voluntad de quienes creen que el mundo está mal. Vietnam quedó marcado ahora-sí-que a fuego en la conciencia universal por dos fotografías: la de una niña desnuda, quemada por el napalm que acaba de incendiar su aldea, corriendo hacia el fotógrafo rodeada de otros niños que aúllan su desgracia; detrás de ellos, un trío de soldados sudvietnamitas parecen andar de paseo, totalmente indiferentes: un monumento a la crueldad y el dolor creado por la guerra. La otra foto paradigmática es la del momento en que el jefe de la policía de Saigón Nguy?n Ng?c Loan le pega un balazo en la cabeza a un vietcong recién capturado, que para mayor agravio tiene las manos atadas. Al ver esas imágenes muchos ciudadanos norteamericanos se preguntaron qué rayos estaban haciendo ahí sus hijos, quemando niños y apoyando un régimen que ejecutaba penas capitales en plena calle.
(Dos aclaraciones dos: la aldea de la niña no fue bombardeada por los americanos, sino por un avión sudvietnamita, que para variar se equivocó de objetivo. La niña se llama Pham Thi Kim Phuc, sobrevivió, y hoy es ciudadana norteamericana residente en Canadá. El vietcong ejecutado por Loan acababa de asesinar a una madre y su hijo, media calle más allá de donde se tomó la foto. Como puede apreciarse (bueno, creo que se aprecia), el contexto tiene que ver. Y mucho).
¿Y qué me dicen de "el hombre frente a los tanques", tratando de impedir a los blindados chinos acercarse a la Plaza Tiananmen? No hay imagen más representativa de la dignidad del ciudadano común y corriente, enfrentando la fuerza bruta, pero moralmente babosa del Estado totalitario.
Y ahora el Siglo XXI tiene su propia imagen universal de la desmesura del poder autoritario, cebándose en una ciudadana desvalida. En estos días, millones hemos visto el granuloso video de una muchacha que observa curiosa una manifestación de protesta contra el fraude electoral que presuntamente ocurrió en Irán. De pronto cae de espaldas al suelo, donde empieza a echar sangre por la boca y la nariz. Mientras manos piadosas tratan de detenerle la hemorragia que mana de la herida de bala del pecho, se escucha a su acompañante (su profesor de música, luego nos enteramos) diciéndole: "Neda, Neda, no te preocupes, todo estará bien". Luego vemos cómo le quedan los ojos en blanco y expira.
Neda era Neda Agha-Soltan, de 26 años. Asesinada por la fuerza ciega de un sistema autoritario que no permite críticas ni disensiones. Hoy es una mártir. ¿Será su rostro ensangrentado el símbolo de una rebelión exitosa? ¿Será el ícono de una nueva manifestación del People Power, que enterrara tantas dictaduras el siglo pasado? ¿O será la imagen de una esperanza trunca por la brutalidad de quien tiene la fuerza y no la razón?
Del pueblo iraní depende qué representará esa tristísima imagen de Neda que se nos queda congelada en la retina. Y que su muerte no haya sido en vano.
Consejo no pedido para que le tomen su mejor ángulo: Vea "Bajo fuego" (Under fire, 1983) con Ed Harris y Nick Nolte, semi-ficción de cómo una filmación afectó el desenlace de la Revolución Sandinista. Provecho.
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