Asediado por el desempleo, los números rojos en el crecimiento económico, el bajo presupuesto del año que viene, la falta de capacidad de buena parte de su Gabinete y su fracaso en las elecciones de hace dos semanas, a Felipe Calderón al fin le llegó una buena noticia.
Mientras el PRI se pone vanidoso con su triunfo y encarece su interlocución con Los Pinos, mientras López Obrador insiste en desconocerlo como primer mandatario, mientras un sector del PAN le da trato de indeseable en su propio partido, surge un actor de poder interesado en sentarse a negociar con el presidente de México: Servando Gómez "La Tuta", operador y vocero del cártel de La Familia Michoacana.
Aunque se nieguen a confesarlo, en el Gobierno Federal todos saben que la guerra contra el narcotráfico sí tiene final, y ese final es establecer nuevas reglas hacia los capos de la droga. O sea, negociar. Porque nadie estará pensando que el crimen de estos grupos va a desaparecer. Eso es demagogia y mojigatería.
Y además, el objetivo de cualquier Gobierno del mundo no es tanto que desaparezca la narcoactividad, sino que no genere costos políticos y sociales: durante décadas la sociedad no se mostró preocupada porque los narcos sembraran sus hierbas sierra adentro, se "levantaran" y ejecutaran por allá, y exportaran el grueso de la droga; la indignación se dio cuando se empezaron a matar a la vista de todos, invadieron de droga las escuelas, y generaron secuestros, robos de vehículos y circulación de armas para cometer atrocidades en una atmósfera de impunidad.
Para disminuir estos costos sociales del narcotráfico la experiencia internacional eficaz ha sido "meter en cintura" a los criminales. No se trata de que algún comisionado de alto nivel por parte del Gobierno se siente a platicar en un rancho de Durango con tal o cual capo. Es mucho más sofisticado que eso.
Es fijar los límites, y luego dejar correr los entendimientos tácitos en calles, carreteras, sembradíos, es decir, "a nivel de cancha". Para que sea un buen desenlace para la sociedad, el Gobierno tiene que establecer las reglas desde una posición de poder, dominante; si el Estado no tiene fuerza y credibilidad, será orillado a atenerse a las reglas de los delincuentes.
Por ello, lo fundamental es que la negociación se dé cuando el Gobierno esté arriba en el marcador de la guerra contra el narco. Calderón ha mejorado la posición de poder de Estado en comparación con la que dejó Fox. La invitación de La Familia a negociar es muestra de que el calderonato les ha pegado y por eso es buena noticia para el presidente. Pero no tiene aún suficientes "fichas" como para segregar, conminar, marginar a los criminales. Los 19 ataques en tres días que antecedieron a esa convocatoria al diálogo lo demuestran.
¿Cuándo va a tener el Gobierno una posición que le permita regular al narco? Quién sabe. Quizá Calderón sea el presidente de la guerra, y el próximo el de la negociación, o quizá el actual quiera, si puede, cerrar el ciclo antes de irse.