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¡No, pos no!

GILBERTO SERNA

Aún retumban en el valle de México las palabras de Alejandro Martí: "si no pueden renuncien, pero no sigan usando las oficinas de Gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada, porque eso también es corrupción". Su hijo, Fernando, había sido secuestrado y asesinado. Eso ocurrió el 4 de junio del año pasado. En una reflexión acerca de quien cometió el nefando crimen. Se preguntó: "¿quién lo mató?". A la pregunta que se formuló a sí mismo acerca de quién lo habría hecho, se planteó la disyuntiva de si "¿fue ese engendro maligno, hijo de la impunidad o todos nosotros por la irresponsabilidad y la ceguera?". En el correr de los meses la eficacia de los investigadores policíacos, con pruebas contundentes, encontró que los responsables pertenecían a una banda de malandrines. Era la policía de la Ciudad de México quien señalaba a Sergio Humberto Ortiz, alias el Apá, como el líder. La circunstancia de que en ese entonces se encontrara en grave estado de salud en una unidad hospitalaria, a consecuencia, se dijo, de que fue lesionado al pelear con sus compañeros por el botín, no impidió que se le implicara en el crimen de Fernando Martí. La banda a la que las autoridades del DF señalaron como los autores del plagio y secuestro es conocida como la banda de La Flor.

Ésa fue la conclusión de las autoridades al mando del eficiente procurador Miguel Ángel Mancera quien contó con un testigo clave: el guardia que acompañaba al joven asesinado. La sociedad capitalina respiró con alivio. Se ha hecho justicia. No hubo necesidad de seguir adelante, los malhechores pagarán por su crimen. Nadie tendría por qué renunciar el caso estaba resuelto. En estos días, la procuraduría federal a cargo de Eduardo Medina-Mora dio a conocer que son otros los hampones que plagiaron y ejecutaron al joven Martí. Llama la atención, la tranquilidad y el descaro con que uno de estos pelafustanes relata en los medios cómo atraparon a su víctima. Da detalles repitiendo lo que bien aprendió. Con gran desfachatez no muestra ningún signo de remordimiento. No busca que la sociedad crea que está arrepentido. Asevera, Noel Robles Hernández, como si estuviera leyendo un guión cinematográfico, que no tiene vínculos con los miembros de La Flor. Él es, a mucho orgullo, de la banda de los Petriciolet.

De lo que se oye, cuando creíamos haberlo visto todo, hemos llegado al clímax de los cuentos de Scherezada, llegando nuestras autoridades a conclusiones encontradas, en que si una es verdad la otra es mentira o viceversa. En el primer caso, ante la presión que ejercía la sociedad por el secuestro y asesinato del joven Alejandro Marti, era urgente hallar un culpable, por lo que se concluyó que la banda de La Flor era la responsable, a cuyo expediente se agregaron testimoniales que señalaban que ese grupo delincuencial había cometido el ilícito. Luego, en la segundo historieta, sale al escenario Eduardo Medina-Mora, procurador de la República, quien indica que el autor de ésa y otras muertes son Noé Robles Hernández y José Montiel Cardoso, de una banda distinta a los de La Flor. Lo que está convirtiendo la investigación en una novela en entregas, como se hacía en tiempos pretéritos. No hay para donde hacerse. Los funcionarios pertenecen a administraciones que tienen su origen en partidos políticos distintos, uno es del PRD y el otro del PAN y ninguno disimula su tirria. Qué le vamos a hacer, se aborrecen: ambos padecen de fobias a perder la nómina, que no pueden disimular. Lo que sí está muy claro es la falta de respeto a la ciudadanía.

No sería extraño que ante la presión popular por la muerte del joven Marti a las autoridades de la Ciudad de México les apurara encontrar a autores por lo que era de urgencia hallarlos. No sería la primera vez que se acudiera al expediente de fabricar culpables, chivos expiatorios que de todas maneras si no habían participados en ese secuestro y asesinato, en su carrera delictiva contaban con una larga lista de latrocinios de igual o peor índole. Tómense en cuenta que estos bárbaros y sanguinarios individuos, al encontrarse tras las rejas, se vuelven mansitos dispuestos a colaborar reconociendo lo que les digan que reconozcan y más. O sea que supuestamente se trató de un vil montaje de las autoridades del DF. Eso por un lado pero por otro, tan desprestigiada están las autoridades locales y federales que no se puede creer a ojos cerrados, la versión de que no fueron integrantes de la banda de La Flor sino que otros lo hicieron. ¿Cuál será la verdad? La banda de La Flor o la de los Petriciolet. ¿O las dos versiones son mentiras? En fin, no hay a quién creerle. Todo se basa en el dicho de testigos que ¡aguas! son los mismos hampones. Investigar más a fondo con métodos científicos que no sea el agua mineral, el chile piquín o el barril de agua ¡no, pos no!

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