EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

'No Sé,... No Sé'

FEDERICO REYES HEROLES

Lo primero que recuerdo es una advertencia. Viene Alejandro Rossi de director, es un hombre muy difícil. A Rossi yo lo había topado un par de ocasiones en rectoría, pero nada más. Yo cumplía mi servicio social en la Secretaría General, Fernando Pérez Correa ocupaba ese puesto, Guillermo Soberón era rector. Tenía un aparato nervioso muy revolucionado, eso me quedaba claro. Un par de años después, por ahí de 1981 u 82, por azares del destino me tocaba trabajar con él. Nos conocimos entre oficios. A pesar de la advertencia el encuentro fue muy grato. De entrada coincidíamos en algo: los dos éramos burócratas por necesidad, pero nuestro corazón andaba en otra parte. Por eso lo consideraban como un hombre difícil: él quería hacer su trabajo, pero sin perder el tiempo, lo cual contradice el espíritu de un auténtico burócrata.

Delgado, un poco encorvado, casi siempre con un buen twid montado sobre los hombros, con la mano en el bolso, la quijada salida, los anteojos grandes sobre la nariz, el pelo amenazante sobre las orejas y por supuesto, fumando, Alejandro daba la impresión de estar molesto con el mundo. El motivo principal: el mundo iba demasiado despacio. Él entendía las cosas en otro ritmo. Parecía todo el tiempo estar rumiando pues hablaba con la quijada salida meditando varias veces lo que decía, con la mirada yendo y viniendo como en una eterna búsqueda de algo. Allí estaba el sólido filósofo, nacido en Florencia de madre venezolana, crecido en Venezuela y educado en Alemania cerca de Heiddegger y después en Berkeley, viendo los problemas de los cientos de becarios de la UNAM o las convocatorias para la asignación de plazas.

Para entonces Alejandro ya era muy conocido por una provocadora columna aparecida en la revista Plural que dirigió Octavio Paz titulada Manual del Distraído. Los materiales serían publicados en 1978 de manera conjunta por don Joaquín Diez Canedo, por supuesto en una de las tradicionales ediciones de Joaquín Mortiz. Perlas de filosofía bañadas de sentido común y con una dosis de humor, el Manual se convirtió en un referente, era popular en ciertos círculos. Era mucho más sencillo acceder a Rossi por esa vía que por Lenguaje y Significado, Filosofía de la Filosofía o su antología de José Gaos. Formado en la UNAM, Alejandro era un profesor querido, pero riguroso.

Alejandro Rossi era un hombre de dilemas. Para comenzar optó por el español como lengua para su escritura. No se trata de un asunto menor, autores como Joseph Conrad, Elías Canetti, Vladimir Navokov o el propio Milan Kundera han cruzado por esa terrible disyuntiva, escoger una lengua que no es la materna como una opción racional para la creación. Otro dilema central en su vida fue optar por México, país al que llega en 1951. Cuarenta y tres años después se le otorgaría la nacionalidad mexicana. No sé cuándo la solicitó, pero no me extrañaría que hubiera sido víctima de esa injusta condición de no poder obtener la nacionalidad en un tiempo razonable, que ha mutilado muchas potencialidades de seres muy valiosos que han llegado a nuestro país. Legislaciones verdaderamente chovinistas, incluso al interior de la UNAM, que impedían y algunas todavía impiden asumir cargos políticos, administrativos o académicos a quienes no son mexicanos por nacimiento.

El tercer dilema evidente en la vida de Alejandro Rossi surgía de esa poco común cualidad de poder brincar de la filosofía a la literatura. Alejandro tuvo así que construir su propio mundo pues se sentía cómodo en los dos y a la vez ninguno le bastaba. "No quiero engañar a nadie -escribió Rossi- diciendo que soy un filósofo. Es una profesión que ignoro, respeto y no ejerzo". "...Podría llamarme un pensador..." pero advertía, es una discusión de términos aburrida e inútil. Fin del asunto. "Pero que soy una persona que piensa, lo puedo jurar" agregaba con humor. "Pensar es una actividad que practico con desesperación y desgano. Un vagón que se precipita por la montaña rusa. El más leve contacto con la realidad desencadena esa furia interior". Pero para Alejandro lo mejor hubiera sido estar lejano a esa "realidad", atravesar por una "larga vigilia en blanco, mover los ojos, estirar los brazos, masticar, pero sin pensar".

Alejandro era muy respetuoso de las palabras. Las usaba con precisión y conocía el riesgo del exceso, de la verborrea. Fue un gran conversador. Escribió con el mismo principio, no intentaba ponerse metas de productividad sino de calidad. Hay obras suyas, como "Sueños de Occam", de los que podría uno decir que no le sobra una coma. Era perfeccionista, lo sufría y lo gozaba, había que encontrar la palabra correcta, valía la pena el esfuerzo. Dudoso sistemático con frecuencia recurría a la expresión "no sé, no sé...". La afirmación parecía generarle algo de incomodidad. En su literatura Rossi siempre está presente. Nunca fui un amigo cercano, lamento no haberlo fomentado más. "Hay que platicar -decía- hay mucho de qué platicar". Lo extrañaremos.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 439332

elsiglo.mx