Hubo un tiempo en que los actores políticos buscaban la confortante plataforma del centro. Un sitio de moderación desde donde podía invitarse a todo mundo; un espacio que permitía la conciliación de las ideologías, siempre y cuando estuvieran dispuestas a la negociación. El centro fue visto como tabla de salvamento frente al peligro del radicalismo y la polarización. 2009 fue el año que clausuró ese ánimo. Durante todo el año se verificó una disputa por la derecha. El tono lo marcó la defensa de la pena de muerte que hizo un autoproclamado partido ecologista. El partido "verde" daba voz al alegato punitivo de la derecha, al tiempo que ofrecía sus prebendas antiestatistas. La campaña tuvo éxito y logró instalar cómodamente al partido "verde" como cuarta fuerza nacional. La derecha sigue sin pronunciar su nombre, pero no duda en esgrimir sus razones contra el Estado y la voluntad humana. Acción Nacional ha encabezado la reacción frente a las reformas liberales del Distrito Federal. Lo ha hecho siguiendo puntualmente los argumentos de la Iglesia Católica. La vida es un milagro que empieza en el instante mismo de la fertilización; la familia es una institución natural que el hombre no puede transgredir. La política debe inclinarse, a juicio de los panistas, ante el orden celestial que envuelven como "naturaleza". No extraña la postura panista-aunque se echan de menos argumentos seculares para defender sus ideas. Lo que sorprende es que haya encontrado en el PRI un compañero tan dócil, tan dispuesto a abandonar su compromiso con el Estado laico a cambio de alguna bendición dominical.
Preparémonos, pues, para una batalla entre derechas en 2012. El PRI, esa amiba de ambiciones, bien puede representar dentro de un par de años la opción más conservadora del espectro político mexicano.
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Algún impulsivo se adelantó a decretar su muerte política tras la elección intermedia. El golpe electoral, sin embargo, no lo enterró. Despertó en él un impulso combativo que dormía desde la elección de 2006. El presidente Calderón sigue trazando la agenda nacional. Es cierto que, a la mitad de su gestión, su cosecha es magra, pero ha logrado hablar de lo que hace poco parecía innombrable. Finalmente, ha empezado a definirse y a exigir, en consecuencia definiciones.
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El año de twitter y del kindle, el año brasileño, el vigésimo aniversario de la caída del muro, pareció en México, el año de las dos panzas. Una retrataba la política grotesca: un bufón exprimía sus minutos de fama para ofrecer sus lonjas a la burla pública. La otra captaba la sordidez de nuestra guerra: un criminal acribillado, convertido en pancarta de un Estado vengativo. Esas barrigas atrapan nuestra mirada: lo político prendido por lo ridículo y lo trágico. Fantásticos atajos de la reflexión: México columpiándose fatalmente entre la atrocidad y lo burlesco. Esa pinza del lugar común hace imposible el respeto de lo público. Indecencias de la brutalidad y lo ridículo.
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Que el mundo es una bodega de símbolos lo han dicho muchos, de muy diversas maneras. Nos rodean escrituras. En cada piedra, en cada acto, hay un mensaje. Cada aviso nos informa del mundo, nos alienta y nos advierte. México se ha vuelto, desde hace algunos años, un macabro tablero de amenazas. Nos bombardea, así, una prolífica redacción de crueldades. Por todos los medios, el mensaje del crimen se hace presente. Los cuerpos se destrozan no para terminar con la vida que alojaban sino para convertirlos en mensaje. Son los "códigos del inframundo," diría Diego Gambetta en un libro sobre la comunicación criminal. Aterra que ese código se universalice. El Estado divulga también su teatro de barbarie. Lejos de afirmar la palabra de la ley, habla a través de montajes bestiales. Decora cadáveres para reforzar la intimidación. El poder público adopta así el sistema de señales de los criminales. Y los medios bendicen el recado salvaje.
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