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Nuestra eterna (micro) compañía

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

En la maravillosa película de Disney "La espada en la piedra", se presenta un duelo entre dos magos: el bueno, Merlín; y la mala, una especie de Hermelinda Linda Región Uno llamada Madame Mim. En el transcurso de su pugna los dos se transforman en todo tipo de animales, reales y míticos. ¿El vencedor? Merlín

El mensaje es simple y directo: los peores animales son invisibles. Pumas, jaguares y tigres (al borde del descenso), los más poderosos son vulnerables a bichitos que ni siquiera se pueden percibir a ojo pelón. Y así ha sido toda la historia. Y la prehistoria, si a ésas vamos.

Si algo nos enseña lo que sabemos de la evolución de la vida en nuestro planeta, es que los organismos más simples son los que perduran. Recuerden que en los buenos, viejos tiempos de la Guerra Fría, siempre se nos dijo que en el caso de un holocausto nuclear sólo iban a sobrevivir formas de vida muy elementales y primitivas: virus, cucarachas, chilangos. Cuestión de adaptación y resistencia.

Los virus han estado presentes desde que nuestro planeta se enfrió lo suficiente como para que pudieran mantenerse en forma algunos aminoácidos y proteínas. Y siempre han sido muy traviesos; tanto, que todavía se discute si en realidad pueden considerarse seres vivos. Su razón de ser es meterse en organismos más complejos, desconchinflarles el paquete genético para que empiecen a fabricar virusitos, y luego desaparecer. No parece una misión muy elevada en el contexto del cosmos, pero supongo que Dios los creó para que sus creaturas más sofisticadas la pensaran dos veces antes de creerse muy-muy. No hay ser más humilde que el que tiene gripe. O cruda, pero ésa es otra cuestión.

Ahora bien: los virus tienen sus huéspedes preferidos. Así, el virus de la gripe aviar se dedica a infectar gallinas, patos y gansos. Como el virus de la gripe humana enfoca sus baterías en los bípedos presuntuosos que se la pasan maltratando al planeta. Con cada infección, nuestro organismo genera anticuerpos contra esos bichos. El problema es que éstos tienen la cochina costumbre de mutar con gran frecuencia. Por eso, aunque hayamos tenido gripe los ocho inviernos anteriores, en el presente nos vuelve a dar. O no, si la mutación fue lo suficientemente ligera como para que nuestro sistema inmunológico reconozca, ataque y destruya al virus antes de que la nariz parezca fuga del SIMAS.

Así habían sido las cosas desde siempre, hasta hace unos diez, once mil años. Y entonces llegó la Revolución Neolítica.

Lo que llamamos la Revolución Neolítica es el primer gran cambio en la forma de vida de la Humanidad. Implicó el descubrimiento de la agricultura, el sedentarismo, la integración de ciudades y

El problema fue que esa proximidad con nuestros animalitos domésticos permitió que los virus de ellos de vez en cuando se nos pasaran a nosotros. No con mucha frecuencia, ni de manera simple. Pero cuando lo hacían (lo hacen), nuestro sistema inmunológico nada más dice "What?", porque no los reconoce. Y el virus se da vuelo. Por eso los que pasan de animales a humanos son tan destructivos y difíciles de tratar. Y por eso que un virus animal (porcino, aviar) empiece a diseminarse entre humanos, y que mute para permitir el contagio de humano a humano, le pone los pelos de punta a los biólogos, médicos y gobernantes de todo el mundo.

El proceso ha ocurrido durante los últimos milenios con relativa periodicidad. Sólo que antes los brotes solían quedar contenidos en una región geográfica, porque los viajes a largas distancias no eran ni fáciles ni frecuentes. El problema fue cuando la inventiva humana permitió que un fulano se desplazara cientos de kilómetros en menos tiempo que el de incubación, desarrollo y muerte del microbio. Las plagas de la antigüedad estaban contenidas. Pero con la Modernidad, los bichos pudieron acumular millas de viajero frecuente. Y de pronto se hallaron en lugares y entre poblaciones que jamás los habían conocido.

Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con la peste bubónica en Europa a mediados del Siglo XIV. Este mal era endémico del centro de Asia, y las poblaciones de esos lares ya le tenían tomada la medida. Pero se fue desplazando con las caravanas comerciales hasta que llegó al Mar Negro. En ese lugar a algún piojo le gustó la melena de un marino italiano, se trepó y lo infectó. El marino a su vez contagió a varios compañeros de parranda de otros barcos (las tabernas portuarias solían ser muuuuy hospitalarias) y en el año 1347 la peste apareció en puertos mediterráneos como Constantinopla, Alejandría, Nápoles y Marsella. De ahí se esparció como fuego en pradera, porque nadie tenía anticuerpos contra el bicho, nadie sabía cómo se propagaba y nadie se bañaba ni aunque lo amenazaran con alabarda. En los siguientes cuatro años murió entre una tercera y una cuarta parte de la población de Europa. Todas las relaciones económicas, sociales, políticas y culturales tuvieron que adaptarse a un panorama sin mano de obra barata, la Iglesia desacreditada (los rezos no resultaban muy útiles contra piojos y ratas) y regiones enteras deshabitadas.

La peor epidemia de la historia, la de la influenza española de 1918-19 combinó una serie de factores que le permitieron convertirse en la mayor asesina de la historia. Al parecer fue el resultado de un brinco de virus aviar a humano, que mutó muy rápido, justo cuando el mundo se hallaba exhausto por las tensiones y desnutrición de la Primera Guerra Mundial. Los soldados que regresaban a sus hogares en los cinco continentes se encargaron de diseminarla por todo el planeta. Excepto algunos isleños del Pacífico, toda la Humanidad tuvo contacto con ese virus. La mitad desarrolló la enfermedad. Entre 20 y 50 millones murieron en menos de un año.

Así pues, lo que ocurre ahora ha ocurrido desde hace tiempo. Solo que ahora somos más soberbios: nos han hecho creer que la ciencia puede con todo y contra todo. Y no, no es cierto. Ese paquetito de proteínas y aminoácidos todavía nos puede dar lecciones de humildad: la naturaleza sigue su curso, por muchos conocimientos o dinero o vanidad que tengamos.

Consejo no pedido para inmunizarse contra la necedad: Vea "Epidemia" (Outbreak, 1995) con Dustin Hoffman y Renee Russo, buen drama sobre cómo enfrentar uno de los peores escenarios. Provecho.

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