ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C. (PSILAC)
CAPÍTULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
(DÉCIMA QUINTA PARTE)
En días pasados, ocurrió en nuestra ciudad un accidente automovilístico de muy graves proporciones, en el que dos jóvenes se vieron envueltos, y uno de ellos resultó muerto, precisamente como consecuencia del uso o del abuso de estas llamadas “bebidas de moderación”. Las consecuencias fueron terribles para ambos jóvenes, para sus respectivas familias y para la comunidad en general, conmocionada ante un evento tal, especialmente al tratarse de familias conocidas. Sin embargo, ésta no es la primera vez, ni tampoco será la última, mientras no le dediquemos más atención a este problema, ya que cada año y con bastante frecuencia, ocurren este tipo de “accidentes” ocasionados por el uso o el abuso del alcohol, que definitivamente limita las capacidades mentales de las personas y distorsiona su forma de pensar, de actuar y de reaccionar, con los consecuentes resultados inocuos en algunas ocasiones, pero fatídicos y graves en muchas otras, como el sucedido recientemente. De algunos casos nos damos cuenta, porque se les da mayor publicidad, pero hay muchísimos otros que no necesariamente salen a la luz pública, y que por lo general acontecen en todos los niveles sociales durante los fines de semana con mucha mayor frecuencia de lo que creemos y de la que nos damos cuenta. Se trata de experiencias muy serias y que representan un costo altísimo en lo que se refiere a la vida y a la salud física y emocional de los individuos involucrados, así como la de sus familias; pero que igualmente trae de por medio consecuencias económicas importantes para todos ellos, e inclusive hasta para la comunidad, cuando las repercusiones llegan a extenderse en pérdidas y daños materiales. Por lo mismo, y muy a pesar de que se tiende a justificar el uso del alcohol como una bebida de moderación dentro de nuestros patrones socioculturales aceptables, nos damos cuenta de que no todas las personas, y mucho menos los jóvenes saben manejar adecuadamente su uso, de manera que este hábito llega a alcanzar límites demasiado extensos que van más allá de tales patrones, y lo convierten entonces en un problema de salud pública importante con secuelas de tipo biológico, psicológico, social y económico no sólo en México, sino en muchos otros países. Tenemos que recordar el hecho de que además de los peligros y las secuelas respecto al abuso del tabaco y del alcohol, se ha encontrado en investigaciones más recientes, que las llamadas drogas legales pueden convertirse en muchos casos en la puerta de entrada y el estímulo necesario para utilizar los demás tipos de drogas que conocemos, y que hasta ahora no han sido legalizados, tales como la marihuana, cocaína, crack, heroína, sustancias alucinógenas, sustancias del tipo de la fencyclidina y sus derivados, opioides, inhalantes, e inclusive esteroides anabólicos tan de moda en nuestros días en el área deportiva, cuyas adicciones traen consigo repercusiones aún más graves.
Definitivamente, se trata de un problema multifactorial que no es nada sencillo, ni sencillas tampoco son las respuestas para resolverlo. Sin embargo, ahí es donde me parece muy importante el rol que juegan los maestros y las instituciones educativas a niveles tan tempranos en la vida, lo que precisamente les permite detectar tales problemas antes de que se desarrollen, cristalicen y provoquen consecuencias más graves. Creo entonces, que debemos reflexionar y percatarnos de la necesidad que existe de apoyar y reforzar tales acciones gracias a la presencia de un mayor número de psicólogos en las escuelas, sobre todo en forma de equipos o departamentos bien organizados de salud mental, que a su vez puedan asesorar, orientar y capacitar a los maestros en la detección y canalización de este tipo de problemas, cuando apenas se están iniciando. No me refiero exclusivamente a los problemas relacionados con el uso y el abuso a la nicotina y el alcohol en sus etapas tempranas cuando se están forjando como adicciones, sino también en lo que se ha mencionado en columnas anteriores, sobre las necesidades básicas que existen en estas etapas de la vida en lo que se refiere a la educación y a la orientación sexual, así como a la orientación vocacional, ya que todas ellas traen consecuencias importantes. La labor de los maestros y de las instituciones educativas podría ser aún más efectiva, reforzada con grupos cada vez mejor organizados de psicólogos y maestros para tratar de trabajar juntos en equipos y obtener así mejores resultados en estas tres áreas tan sensibles en la educación de nuestros niños y jóvenes: la orientación vocacional, la educación sexual y la prevención de las adicciones, empezando naturalmente por aquéllas que consideramos como sustancias legalizadas. Juntos podrían desarrollar asimismo, campañas de salud mental más intensivas y efectivas dentro de las escuelas, con los estudiantes y sus familias, de manera que puedan exponer y discutir con ellos en talleres y mesas redondas los aspectos relevantes de estas tres áreas. (Continuará).