(VIGÉSIMA TERCERA PARTE)
Creo entonces firmemente, que la educación sexual con mejores, más amplias y más detalladas dosis de información sexual de acuerdo a cada etapa del ciclo vital, no necesariamente tiene que iniciarse en la primaria, sino idealmente y más bien a nivel familiar, en los hogares, en nosotros los adultos, los padres y las madres, los abuelos y las abuelas del presente, los que en su mayoría jamás alcanzamos ese privilegio, porque dicho material se consideraba secreto, de mal gusto o de mala educación, sucio, pecaminoso o cualquiera de los demás adjetivos con los que se buscaba esconder la ignorancia y la desinformación que nos ha inundado y que ha prevalecido a través de la historia. Ahora podemos estar conscientes y descubrir lo muy errado que hemos estado al negarlo, ignorarlo, esconderlo y meter la cabeza en la arena como los avestruces; errados no sólo en cuanto a lo que podemos transmitirle a nuestros hijos, al vacilar y descubrirnos ansiosos ante sus preguntas que en tantas ocasiones desviamos porque no somos capaces de responderlas, sino errados en forma importante en cuanto a la información que tenemos respecto a nuestra propia sexualidad, tanto la individual como la de pareja, como un área todavía oscura y desconocida que nos produce miedo, culpa y vergüenza al tratar de explorarla, e inclusive aún al tener esos pensamientos y fantasías que nos sorprenden e incomodan.
El tema de la educación sexual en las escuelas, no es simplemente un tema que nos confronta con el ridículo dilema de si debe explorarse inicialmente con los alumnos de cuarto o de quinto o sexto año en la primaria, y que tan preparados y maduros están ellos para recibirlo. El tema no puede limitarse solamente a lo que en la actualidad se les presenta como un tipo de información que inclusive todavía se cuestiona sobre si los niños la deben o no poseer, circunscrita en la mayoría de los casos a la descripción de los órganos genitales de hombres y mujeres, mezclados con conocimientos sobre el uso de una variedad de anticonceptivos, al igual que sobre los riesgos de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual, que si nos ponemos a pensar más a fondo, transmite ese mensaje implícito y subliminal sobre la abstención de las relaciones sexuales. Me parece que la sexualidad humana es algo más extensa que lo mencionado y que las lecciones sobre educación sexual deberían incluir muchísimos otros aspectos sobre el desarrollo de la sexualidad dentro de la vida familiar actual, tanto en lo que se refiere a los aspectos personales e individuales, como a los relacionados con la pareja y la familia en general, a través de las distintas etapas del ciclo vital, así como los importantes efectos que tiene sobre el desarrollo y la formación de la identidad y la personalidad de hombres y mujeres. Por lo mismo, deberían abarcarse aquellos aspectos tanto biológicos, como psicológicos y socioculturales de la sexualidad respecto a la forma como va surgiendo, conformándose y evolucionando a través de los años, y que influyen naturalmente en la vida y en el desarrollo personal de cada individuo, así como en la formación, la exploración y la integración de las parejas, conforme descubren los factores que los atraen y los mantienen unidos, su capacidad de intimidad, su afinidad, su integración, su exploración, su amor, su gusto y satisfacción que se manifiestan abiertamente en el cortejo y en la exploración física de uno y otro como parte intrínseca precisamente de esa sexualidad. Una capacidad que simplemente puede ser disfrutada como parte de una relación humana, o que igualmente puede conducir a la planeación y a la preparación para tener hijos como resultado de dicha satisfacción y posibilidad creativa, obviamente relacionada con las respectivas conformaciones de su identidad de género como hombres y mujeres, así como con su deseo y su capacidad maternal o paternal en cada uno de ellos, individualmente y como pareja, y que no necesariamente debiera ser resultado de sentirlo como una obligación o una presión biológica, sociocultural o religiosa del ambiente en el que se desarrollan, sino como el producto del verdadero deseo y preparación para tener los hijos. Precisamente por lo mismo, este tema no puede limitarse exclusivamente a la resolución de ese dilema académico o burocrático relacionado con aquellos niveles en los que se debe iniciar la educación sexual en la primaria, sino que como ya se ha mencionado en columnas anteriores, y a riesgo de ser demasiado repetitivo, es un tema que debe extenderse a los demás niveles de la educación, tanto formal en las escuelas secundarias, preparatorias y universitarias de pre o de postgrado, como a los niveles informales y más populares de nuestra cultura general (Continuará).
Asociación de Psiquiatría y Salud Mental de La Laguna A.C. (PSILAC)