Asociación de Psiquiatría y Salud Mental
De La Laguna A.C. (PSILAC)
Sin lugar a dudas, este mes de diciembre, mes tradicional de fiestas, posadas, peregrinaciones y todo tipo de celebraciones, en las que naturalmente pensamos en la Noche Buena, la Navidad, la Noche Vieja con el final de un año más y el comenzar del siguiente, es definitivamente la época ideal para construir puentes en todos los sentidos. Sin embargo, es una realidad también que la mercadotecnia y el bombardeo cegador y ensordecedor que de ella recibimos cotidianamente a pleno pulmón, obstruida e incitada a la vez y paradójicamente nuestra mente y nuestra mirada que se adornan de tantos colores e imágenes que han convertido al consumismo en una nueva secta de religión politeísta. Es así como a lo largo y ancho del planeta, la globalización ha estimulado la creación continua y hasta cierto punto superficial y efímera de una serie de íconos e ídolos en forma de "santos", "vírgenes" y "dioses", casi a la manera de la antigua Grecia, pero sin la profundidad, el sentido de la vida ni la comprensión más amplia del ser humano en cuanto a sus ideas, sus emociones, sus defectos y virtudes como tal. Se trata de íconos que igualmente pueden ser personas como hombres, mujeres, niños, niñas, adolescentes o adultos mayores, cantantes, trapecistas, políticos, conductores, vendedores, profesionistas, artesanos, artistas, chismosos, chefs, depredadores, críticos, intelectuales, deportistas, detectives, policías, forenses y toda clase de celebridades de 15 y 30 minutos que se transforman en productos consumibles, que se mezclan y confunden a la vez con otro tipo de productos como muebles, ropa, utensilios variados, cosméticos, perfumes, autos, refrigeradores, estufas, condominios, vitaminas, lavadoras, drogas legalizadas, muñecas y muñecos, celulares, videojuegos, refacciones y partes nuevas para nuestros vehículos al igual que para nuestros cuerpos y tantos otros más en una lista interminable de productos, que nos crean cada vez mayores necesidades difíciles de satisfacer, pero que utópicamente nos prometen e incluso garantizan el nirvana, la felicidad total, la belleza sin restricciones, la democracia sin corrupción, la juventud eterna, el éxito y la celebridad sin obstáculos, el amor incondicional, la figura ideal, el "verdadero" candidato político honesto y perfecto, la relación sexual exótica y completa, la vida sin dilemas ni problemas. Ante tantas maravillosas y tentadoras promesas, la inteligencia, el razonamiento, el juicio y el sentido de introspección se nublan e inclusive las emociones se bloquean, de modo que no es tan fácil desprenderse de esa enorme cantidad de estímulos e imágenes abrumadores, para recuperar nuestra capacidad humana de construir los puentes, los puentes hacia nosotros mismos y hacia los demás.
En esta época navideña, sendereando hacia el final del año, de alguna manera quienes logramos sobrevivir y recuperarnos de esa borrachera consumista, tendemos a encontrarnos con un estado de ánimo más sensible y receptivo que quizás permite el tratar de enlazarnos y comunicarnos con nuestros semejantes. Se trata de renovar esos vínculos que a lo largo de nuestras vidas han sido importantes y a veces hasta vitales, no sólo con aquellos que todavía están presentes sin importar la mayor o menor distancia física o emocional, puesto que se trata de personas que seguimos valorando, y a quienes intentamos buscar para acercarnos y reconectarnos. Es interesante que tales puentes lo mismo se pueden construir en el presente, en el aquí y el ahora, al igual que retrocediendo hacia el pasado, con esa nostalgia que suele iluminar nuestras memorias, nuestros recuerdos y nuestras imágenes de personas y experiencias que han ido quedando atrás y que asimismo representaron esos vínculos intensos y valiosos. Se trata de etapas que tal vez ahora se antojan brumosas y un tanto deshilachadas en cuanto a las imágenes que se han desgastado y deformado un tanto por el uso y por el tiempo, sin que ello necesariamente les reste su importancia; imágenes que sin embargo y a pesar de los años, conservan para otros esa nitidez y frescura, que precisamente es lo que les otorga ese valor y lozanía eternos; su presencia siempre joven a sólo un paso del deseo y de la llamada, tan fáciles de convocar, como si se tratara de experiencias muy recientes, como si apenas hubieran sucedido en un ayer muy cercano. Esa capacidad, necesidad, deseo o instinto de construir puentes existe en todos nosotros como seres humanos; gracias a ello logramos construir ese primer puente con nosotros mismos, al explorar nuestro interior, tanto en el corazón como en la mente, para posteriormente continuar la construcción de otros puentes en múltiples direcciones, siempre y cuando seamos capaces de liberarnos de esa estampida de estridencias que nos abruma y enloquece sin darnos cuenta a seis o a doce meses sin intereses, especialmente en esta época del año, en la que con mayor intensidad busca esclavizarnos, controlarnos y someternos a una nueva y poderosa secta (Continuará).