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NUESTRA SALUD MENTAL

DR. VÍCTOR ALBORES GARCÍA

ASOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C. (PSILAC)

A pesar de que en un buen porcentaje, los embarazos se presentan como el resultado de las reflexiones y la planeación de cada pareja, que al sentirse preparados para tener hijos, optan por tal decisión, existe asimismo otro alto porcentaje de casos, en los que sucede todo lo contrario. Por lo general se trata de embarazos accidentales, impulsivos, obviamente no planeados ni tampoco deseados, que a la larga traen consigo una serie de repercusiones poco favorables especialmente para la madre y el producto, pero también para el padre y el resto de la familia por ambos lados. En la mayoría de los casos, esto sucede en parejas de adolescentes inexpertos, impulsivos, demasiado apasionados, desorientados, quienes carecen de la madurez suficiente para enfrentar la maternidad o paternidad, pero que tampoco cuentan con la adecuada información sexual, como se mencionaba hace algunas semanas en esta columna en lo que se refiere al problema de educación sexual insuficiente en los programas de las escuelas de educación primaria o media, o aún mismo en las de educación superior. Es muy común que tales embarazos prematuros lleguen a enfrentar un número mucho mayor de riesgos, tanto en lo que se refiere al área física, como en lo respectivo a la psicológica. Por lo mismo, es común que tiendan a presentar con frecuencia un mayor número de señales, interpretadas por los especialistas como síntomas de estrés, de disfunción o inclusive de algún trastorno plenamente identificado, que naturalmente requerirá de la atención y de la intervención de los profesionales en el área respectiva al ser detectados oportunamente.

Hay que recordar que a diferencia de los embarazos planeados, programados y deseados conscientemente, en los que generalmente ambos padres se encuentran preparados para ello en todos sentidos, apoyados además al unísono por sus respectivas familias, la situación es muy diferente en este tipo de embarazos accidentales. Por lo común, se trata casi siempre de experiencias clandestinas que inicialmente tienden a ser ocultadas y rechazadas por ellos mismos, cuando menos durante los primeros meses ante los sentimientos de sorpresa, miedo, frustración, impotencia, vergüenza y culpa que suelen presentar los futuros padres, especialmente al enfrentarlo con sus respectivas familias como una experiencia que rompe con las normas del hogar y por lo mismo, resulta poco aceptada. Para muchas familias, esta experiencia se convierte en un auténtico drama inicial que a la larga será resuelto de acuerdo a la personalidad de los futuros abuelos, a su relación como pareja así como al tipo de vínculo que mantienen con los hijos, al igual que a su capacidad de tolerancia y comprensión ante tal experiencia. Su reacción dependerá igualmente del nivel educativo y religioso que posean, del ambiente sociocultural al que pertenezcan, al igual que a toda una serie de detalles intrínsecos y extrínsecos característicos de cada familia, relacionados con su propia historia, evolución y dinámica como grupo familiar, tanto en los aspectos conscientes como aquéllos que los mueven en lo profundo de su inconsciente. En tantos de estos casos, la familia encuentra sus propios mecanismos y patrones adecuados para resolver y superar el conflicto, hasta dejarlo atrás en el pasado. Pero desgraciadamente, para muchas otras familias les resulta sumamente difícil o hasta casi imposible resolverlo, de manera que las repercusiones se suelen prolongar a lo largo de los años, con huellas a veces muy profundas y dolorosas tanto en los padres, como en los abuelos y el resto de la familia, pero especialmente en el niño o la niña producto de dicho embarazo. Cada familia tiende a buscar el tipo de soluciones más adecuadas y "lógicas" de acuerdo a su criterio e idiosincrasia, que por lo general suelen presentar muchas variaciones y vericuetos. Algunas parejas se casan forzadamente para mantener las apariencias en cuanto a la imagen y el honor de la familia, y desarrollan una relación marital que puede durar poco o mucho tiempo de acuerdo a cada pareja, quienes inclusive procrean más hijos que vienen a reforzar ese vínculo. Igualmente, pueden proseguir la relación con la mejor cara posible hasta llegar al momento oportuno y necesario para disolverla y separarse o divorciarse. En otros casos, la familia del muchacho opta por apoyarlo y ayudarlo a escapar, de modo que no tenga que responsabilizarse ni enfrentar su rol como padre, que por lo general nunca lo llega a enfrentar. La madre regresa a su hogar como madre soltera, en donde en muchos casos el niño o la niña producto de ese embarazo suele ser educado como hermano o hermana de su madre, y como un hijo más de los abuelos, en ese estilo tan paternalista y tan latino de resolver los conflictos y estructurar nuestras familias. En otros casos, cada uno de los padres sigue su camino por separado, sin que ninguno de ellos se haga cargo del chico o de la chica, quien puede ser obsequiado a los abuelos, a la abuela sola, a una pareja de tíos que no pudieron tener hijos, a los padrinos, a cualquier otro familiar, o en ocasiones hasta a los vecinos mismos. Y así sucesivamente, cada familia que enfrenta esta experiencia intenta encontrar el tipo de solución que llegue a considerar más adecuado para ellos, de acuerdo a sus muy propias circunstancias, lo que a la larga puede o no ser del todo funcional

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