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NUESTRA SALUD MENTAL

DR. VÍCTOR ALBORES GARCÍA

Aunque suene paradójico, pero es interesante darnos cuenta de dos hechos contrastantes: por un lado, el alto grado de desarrollo que ha logrado la cultura médica actual en la población mexicana gracias a la presencia y a las acciones del sistema de servicios médicos de nuestro país, lo cual facilita precisamente lo que ya se comentaba la semana pasada en cuanto a que los padres y las familias en general se preocupan de llevar a sus pequeños al control médico, lo cual es completamente deseable y saludable. Pero por otro lado, paralelamente y en contraposición, existe a la vez en el público una lógica y generalizada reacción de miedo y de resistencia, mezclado con algo de pensamiento mágico para asistir a este tipo de consultas, por la amenaza velada que en el fondo representan para todos. Es muy común todavía en nuestros días, que en el seno familiar se amenace a los niños con la figura del médico o de la enfermera, de las jeringas o de los hospitales en aquellos casos en que "se portan mal", cuando no son obedientes y manifiestan conductas opuestas a los deseos de los padres, de los hermanos mayores, de los abuelos, de las nanas, o de los demás adultos importantes a cargo de ellos.

El resultado es que en un gran porcentaje, los niños suelen llegar a los consultorios con lágrimas en los ojos, con temor en las miradas y con las caritas fruncidas por el estrés, ante la expectativa de que en cualquier momento su doctor sacará del bolsillo "la mentada jeringa" y "le picará" irremisiblemente. Todos estos personajes e imágenes del escenario médico se han popularizado en esta forma como parte de las fantasías y del folklore popular, sustituyendo en muchas ocasiones el honroso lugar que ocupaban "el coco", "la bruja" y el "robachicos" de las leyendas pueblerinas o incluso urbanas.

No es pues extraño descubrir que para una mayoría de criaturas, las batas blancas tanto de médicos como del resto del personal, los coloridos uniformes de cirugía, los cubrebocas que suelen funcionar como máscaras en la imaginación infantil, el olor típico de los consultorios y los hospitales, así como toda esa parafernalia que los caracteriza, suelen provocar normalmente una dosis importante de ansiedad en los adultos, de modo que podemos esperar que sea todavía más intensa en los niños. Dicha ansiedad se potencializa aún más cuando el paciente requiere de ser sometido a diferentes clases de análisis y estudios de gabinete, ya sea del tipo de las radiografías o las tomografías y otros semejantes, especialmente cuando no se le explica o se le aclara en lo que consisten, o cuando se le engaña con el clásico "no te va a pasar nada", o "no te va a doler". Sin embargo, cuando las criaturas requieren de ser hospitalizados, es sin duda alguna cuando los niveles de ansiedad alcanzan los límites superlativos, especialmente cuando no ha habido ningún tipo de preparación psicológica para llevarlo a cabo, ni con el pacientito ni con su familia. Debemos recordar que el internamiento a un hospital representa una separación parcial de sus padres, de su familia, de su cuarto, de su casa, de sus juguetes y en general del ambiente al que está acostumbrado en su vida cotidiana, para penetrar en un mundo diferente por completo, con mobiliario, reglas, horarios, personajes, olores, alimentos y escenas mucho muy contrastantes con las de su mundo diario.

Para el pediatra o para el cirujano pediátrico experimentado al igual que para el médico general o familiar preocupados de los estados de ánimo de sus pacientitos, se trata de escenas a las cuales están acostumbrados a vivir en sus consultorios, y que por lo mismo su sensibilidad les ha enseñado a manejarlas con una muy buena dosis de información y orientación psicológica adecuada, la que definitivamente puede ayudar y tiende a disminuir estos brotes de ansiedad importante tanto en el niño o la niña como en sus padres y familiares.

Ellos saben de antemano que naturalmente, la ansiedad se contagia en un estilo recíproco entre los padres y los hijos, de manera que al tomarlo en cuenta y proporcionarles la información adecuada, así como las intervenciones de empatía y apoyo emocional necesarias, de acuerdo a la calidad humana de cada profesionista, automáticamente tales niveles de ansiedad disminuirán y se llevará a cabo una preparación psicológica que facilitará enormemente el logro de los objetivos médicos necesarios, ya sea para llevar a cabo los métodos diagnósticos necesarios, o para las diferentes maniobras de tratamiento (Continuará).

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