SOCIACIÓN DE PSIQUIATRÍA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C. (PSILAC)
CAPÍTULO ESTATAL DE COAHUILA DE LA ASOCIACIÓN PSIQUIÁTRICA MEXICANA
“QUEREMOS HALLOWEEN”.
“Queremos halloween”, “queremos halloween”, “queremos halloween”, una y otra vez se escuchaban los cánticos de tantos niños laguneros, en un mexicanizado inglés casi impecable, acompañados de sus madres, padres, tutores, diferentes adultos o inclusive adolescentes que se les unieron en su gira por determinadas colonias y secciones de las tres ciudades. El clásico “Trick or treat” de nuestros vecinos americanos ha sido traducido, modificado y mexicanizado así en nuestro país, no tanto para negociar lo que van a escoger, sino para demandar lo que se desea. Es así como cada día 31 de octubre, día de todos los santos, de todas las brujas y sus aquelarres, de los magos, y los fantasmas, y los duendes, y los gnomos y todas esas criaturas que pueblan el universo mágico y misterioso de lo fantástico y lo sobrenatural; ese universo que necesitamos definitivamente como una parte esencial del lado oscuro que todos mantenemos escondido en nuestras personalidades, parece cobrar vida aunque sólo sea por 24 horas, en la tenebrosidad y las penumbras de las calles, de los almacenes, de los cines y las películas, de la televisión, del Internet, también como un producto indispensable de la mercadotecnia y de la imaginación desmedida de quienes creativamente así lo estimulan y lo necesitan, desde el pasado más ancestral. “El coco”, “el robachicos”, “las brujas” “los muertos que regresan de ultratumba”, “los fantasmas que llegan del pasado”, “los aparecidos”, “el diablo” y aún “el más reciente y contemporáneo chupacabras, (personaje de carne y hueso, del cual desgraciadamente no hemos podido liberarnos y encontramos sus sonrisas descaradas en las fotografías de las recientes revistas cursis de chismes y sociales), y toda esa parafernalia interminable de personajes lúgubres, maléficos y de mal agüero con los que las nanas, las abuelas, los tíos o los padrinos que se pasaban de listos, y aún las mismas madres y padres que buscaban la sumisión y la disciplina de sus hijos a través de tales figuras negras y amenazantes, han desaparecido en nuestro días, y en cierto modo se encuentran depositados en las galerías de los recuerdos. Chucky, Jason, Freddy Krueger, Carrie, Hanibal, los personajes de Stephen King, de Dario Argento, de Brian de Palma y de tantos otros autores y directores gore más novatos y menos conocidos, los superenfermizos y agresivos asesinos seriales de todo tipo que superan por mucho al pobre Jack el destripador; la frialdad y la ironía de los nuevos abogados, médicos, jueces y demás profesionistas y técnicos forenses, en programas como el CSI o las diferentes series de la ley y del orden de los cuerpos de policías de varias ciudades de EUA; los “psychic” que son capaces de ver a distancia y al futuro los crímenes y la violencia más agresiva, loca y extravagante; las cada vez más frecuentes películas de terror inundadas con toda clase de desmembramientos, machacamientos, decapitaciones, ejecuciones, violaciones y otros tantos crímenes sexuales y enfermizos que salpican de sangre y de otras secreciones humanas nuestras salas, recámaras o donde quiera que ubiquemos a los televisores, se han convertido ahora en los modernos sustitutos de “los cocos”, “los robachicos” y “los aparecidos”. Se trata de escenas y personajes que desgraciadamente rayan en los límites de la cordura y de lo inaudito y que naturalmente tienen que ser un reflejo de lo que estamos viviendo en nuestras sociedades occidentales, y hasta de lo que estamos necesitando para sobrevivir, si es que así decidimos irnos a la cama por las noches a tratar de dormir, con todo ese legado de sangre, violencia y ansiedad que la mercadotecnia actual nos regala en esa programación televisiva cotidiana, tan solo con un simple apretón de nuestro pulgar. Esos son también, los nuevos “angelitos” que acompañan la paz del sueño de nuestros niños y adolescentes. Por lo mismo, no es raro pues, que ellos ya no requieran de los cuentos y las historias de miedo de las nanas, de las abuelas o demás familiares para obedecer y someterse a la disciplina que les marcan los adultos; se trata de imágenes que han ido quedando en el pasado, convirtiéndose casi en objetos de culto que se van acomodando en recuerdos del pasado, en páginas de la historia y en piezas de museo. En el presente, la febril imaginación de la mercadotecnia les ofrece a buenos precios, sin ninguna aparente amenaza disciplinaria los productos más jugosos, atractivos y carnosos con los cuales alimentar sus necesidades de miedo y de terror, sin importar que algunos de ellos caigan en pesadillas catastróficas, o en los precipicios de intensas crisis de ansiedad o demás trastornos semejantes, sin importar lo temprano de su edad. Además de la violencia en las guerras, competencias y luchas de los videojuegos, ahora nuestros adolescentes acaban de descubrir nuevos personajes y nuevas formas milenarias de amar, en los rostros carismáticos de Edward y Alice Cullen o de Bella Swan y demás miembros de esas pandillas crepusculares, quienes con sus afilados colmillos los adiestran en el dulce arte de succionar y amar con tan solo un suave y rápido mordisco en la yugular, lo que automáticamente los convierte en vampiros, con todo un espacio de inmortalidad por delante, y quizás también hasta la felicidad eterna. Ante ese panorama tan moderno y “civilizado”, como es posible no comprender y hasta apoyar los cánticos rítmicos y nocturnos de niños, adolescentes y hasta adultos que los acompañan en ese sonoro “Queremos Halloween”, sin importar realmente lo que signifique, ni hacia quien vaya dirigido.