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Nuestro gangrenado Centro

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

El dato no deja de darnos tristeza y coraje: un cuarenta por ciento de los locales del Centro Histórico de Torreón se encuentra abandonado. La verdad, se nota, se nota. Uno puede recorrer cuadras enteras de la parte vieja de la ciudad y no ver sino uno o dos locales ocupados.

Los demás presentan las huellas de la negligencia y el abandono: vidrios y paredes tapizadas con anuncios de chafísimos conciertos de rock, corridas de toros y todo tipo de sanadores, gurúes y seguidores de creencias no muy conocidas. Algunos ponen en evidencia que han dejado de ser habitados durante al menos una década.

Y esto se aplica a edificios grandes y pequeños. ¿Cuánto lleva en decadencia el edificio que fuera de Chácharas y Juguetes? ¿Cuánto tiempo lleva a medias el edificio en la contraesquina noreste de la Plaza de Armas?

La decadencia de los cascos urbanos antiguos u originales es un fenómeno mundial. Algunas ciudades han sabido revertirlo de muy diversas maneras: otorgando estímulos fiscales a quienes instalen sus negocios en las zonas depauperadas; o dando créditos blandos a parejas jóvenes dispuestas a poblar y revitalizar áreas hoy deshabitadas; o haciendo de los cascarones lugares de convivencia o esparcimiento cultural, que sirvan para atraer gente. Ejemplos hay para aventar p’arriba: desde el Renaissance City de Detroit, a la levantadota que le dieron al Midtown de Nueva York promoviendo la instalación de tiendas y teatros de Disney en vez de las salas y tiendas porno. La cuestión es tener voluntad política, y saber hacer las cosas bien… y ya sabemos que eso no se le da muy bien que digamos al brillante Ayuntamiento de Torreón.

¿Qué se ha hecho por el Centro de nuestra ciudad en los últimos años (digamos, los últimos quince)? Prácticamente nada. El presente Gobierno Municipal proclama con trompetas y timbales el gran éxito de haber removido a los vendedores ambulantes… para luego colocarlos en las inmediaciones (si no es que enfrente, porque falta ver) del Museo Arocena.

Además de que esa solución es francamente ranchera, que afea todavía más el área y es el antecedente de nuevas pesadillas urbanas, poco o nada hace en relación con el problema principal: el Centro se está vaciando, porque nadie en su sano juicio va hasta allá a comprar, y no hay quien quiera vivir en una zona que a las diez de la noche parece boca de lobo y en donde no circulan sino quienes ofrecen su cuerpo por un puñado de pesos. Y vaya uno a saber el género del cuerpo en cuestión.

La cuestión es que, si no se toman decisiones imaginativas, creativas y a fondo, el Centro se seguirá gangrenando, y será cada vez más difícil recobrarlo como espacio público, vivible y visitable.

Hay planes que llevan años y años durmiendo el sueño de los justos (o de los injustos), y no parece que haya ningún impulso por cambiar las cosas.

Así que no nos extrañe si, dentro de poco, sean más del 50% los locales deshabitados de lo que antes fuera el Centro de una ciudad dizque moderna.

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