A juzgar por la retórica, Estados Unidos se apresta a iniciar una nueva etapa en su política hacia las adicciones, en la que pondrá más énfasis en el tratamiento de los adictos que no hay cometido delitos graves y menos en su detención. Abundan los interrogantes, no obstante, acerca de si está preparado para hacer realidad sus planes.
Las razones económicas para ampliar el tratamiento, especialmente en una época de recesión, parecen bastante claras. Un estudio tras otro señala que tratar a un adicto, incluso con programas que incluyen estadías prolongadas en centros de rehabilitación, es más barato que encarcelarlos.
También es sabido que la mayor parte de la gente que busca tratamiento no lo recibe. Estadísticas del gobierno indican que en el 2008 7.6 millones de personas necesitaron tratamiento y solo 1.2 millones, el 16%, lo recibió.
Las autoridades, sin embargo, no muestran demasiado interés en tratar adictos por más que eso les permita ahorrar dinero.
"Hablar de ofrecer tratamiento y ayudar a la gente no cuesta nada", comentó Scott Burns, director ejecutivo de la Asociación Nacional de Abogados de Distrito. "Pero la realidad es otra: nadie quiere poner el dinero".
Los fondos son solo una parte del problema. En muchos programas, los consejeros --a menudo ex adictos-- ganan poco y no duran en un puesto. Muchos estados no tienen buenos programas de seguimiento, algo clave en un terreno en el que los éxitos son relativos y las recaídas inevitables.
"El 50% de la gente que recibe tratamiento lo completa satisfactoriamente. Esto quiere decir que con el otro 50% no funciona", expresó Raquel Jeffers, directora de la División de Servicios para Adictos de Nueva Jersey. "Tenemos que mejorar".
La designación de Tom McLellan como subdirector de la Oficina de Políticas Nacionales de Control de Drogas hizo pensar que la Casa Blanca cambiaba sus prioridades.
McLellan dice que percibe una mayor predisposición al tratamiento, pero que al mismo tiempo nota una gran ignorancia en torno a los avances científicos y a la necesidad de incorporarlos al sistema de salud.
La mayor parte de la gente, dijo, cree que es lo que ve en las películas, encuentros de grupo muy emotivos, pero no sabe que hay nuevos medicamentos y terapias que no se usan demasiado pero que se ha demostrado funcionan.
"Por primera vez podemos decir que sabemos lo que hay que hacer, lo que funciona", declaró. "Pero, ¿tenemos la disposición política y económica para poner esto en marcha? Si lo hacemos, se verán los resultados".
"La policía es necesaria, pero no basta", manifestó. "Hay que tener servicios preventivos. Uno no tiene por qué verse obligado a ir a una oficinita sórdida del otro lado de las vías".
El gobierno dice que hay más de 13 mil 640 programas de todo tipo para tratar adictos.
H. Westley Clark, director del Centro para el Tratamiento por Abuso de Sustancias, dice que los estados deberían elaborar mejores métodos para medir el éxito de un programa.
"Las estadísticas revelan que el tratamiento cuesta menos", indicó. "Por cada dólar que se gasta, se ahorran entre cuatro y siete".
Resta por verse si el Congreso hará que los planes médicos incluyan el tratamiento de abuso de sustancias. Estadísticas del gobierno señalan que el 37% de las personas que buscan tratamiento no lo reciben porque no pueden pagar por él. Y muchas de ellas terminan presas.
Los empleados de los centros para adictos ganan mal. Un consejero generalmente percibe menos que los 40.000 dólares que cuesta mantener presa a una persona durante un año.
"A los empleados se les pega parte del estigma asociados con los adictos", expresó Jeffers. "La mayoría de las agencias trata de obrar bien, pero las cosas son cada día más complicadas. Y las cualidades que tienen los que prestan los servicios no sirven para las tareas administrativas".
Los consejeros generalmente hacen un buen trabajo, sobre todo los ex adictos, que son quienes conocen el tema más a fondo.
La gente en este campo no busca dinero ni llamar la atención, sino que lo hacen porque tienen experiencia personal o algún ser querido que ha caído en las garras de las drogas", afirmó Keith Humphreys, experto en el tratamiento de adictos de la Stanford University y quien trabaja para la oficina del gobierno encargada de la lucha contra las drogas. "Tal vez no tengan grandes títulos, pero son muy dedicados".
Garnett Wilson estuvo preso por robo a mano armada en la década de 1980 y hoy, a los 61 años, lleva dos décadas ayudando adictos como empleado de la Fortune Society de Nueva York.
Wilson no se olvida de sus experiencias.
"Alguna gente que pasó por esto es muy rígida", manifestó. "Hacer peroratas no sirve. Se olvida lo duro que es superar los problemas que genera el entorno de uno y espantan a la gente que tratan de ayudar".
Wilson dice que se concentra en "esas personas que están listas" para ser ayudadas.
Joe Smith podría ser una de ellas.
Smith, residente de Brooklyn de 29 años, estuvo preso ocho meses por tenencia de armas y fumaba mucha marihuana. Pero dice que está dispuesto a enderezar su vida. Está estudiando y buscando trabajo.
"Fue duro. Lo peor es evitar las tentaciones. Pero si uno lo piensa, no es tan difícil. Después de todo, si uno no lo hace, vuelve a la cárcel".
Otro paciente, Ronnie Johnson, dice que lo tratan "como si fuese un familiar. Todos te apoyan", declaró. Contrastó ese trato con el que le daban los consejeros de la prisión, a quienes "lo único que le importaba era cobrar un sueldo", según Johnson.
Nueva York podría ser un ejemplo para otros estados. Este año la legislatura aprobó reformas a leyes de 1973 que fijaban fuertes castigos.
Ahora, miles de personas que no cometieron delitos violentos y que hubieran recibido obligatoriamente prolongadas condenas no irán a la cárcel y recibirán tratamiento. El estado está asignando 50 millones de dólares para mejorar los programas para adictos.
"Nueva York tratará ahora la adicción como un problema médico y se enfocará en curar la enfermedad, no en encerrar al paciente", declaró Karen Carpenter-Palumbo, directora de la Oficina de Alcoholismo y Abuso de Sustancias.
Carpenter-Palumbo dice que los problemas van desde escasez de personal hasta una falta de calidez cuando se recibe a un paciente por primera vez.
"A una persona con una adicción, si se le da una excusa, sale corriendo", comentó.
Algunos pacientes prefieren la cárcel a un tratamiento estricto.
Mary Celestino, de 66 años, fue detenida el año pasado, cuando la policía encontró cocaína en su departamento, y optó por someterse a un tratamiento en un centro de rehabilitación de la firma Odyssey House en lugar de ir a la cárcel por dos años.
"Me dicen todo lo que tengo que hacer, cuándo me tengo que levantar, cuándo puedo comer, cuándo voy a dormir. Cuesta adaptarse", expresó.
Nueva York va contra la corriente, ya que en la mayoría de los otros estados la recesión hizo que disminuyan los fondos asignados a los tratamientos y muchos adictos que no cometieron delitos violentos terminan de vuelta en la calle al no encontrar sitios que los atiendan.